El nacimiento de un núcleo urbano

ARQUEOLOGIA E HISTORIA ANTIGUA

EL NACIMIENTO DE UN NUCLEO URBANO

El nacimiento de un núcleo urbano nunca se ha producido al azar. En él convergen una serie de factores y circunstancias que han posibilitado su nacimiento y posterior desarrollo, o por el contrario, han contribuido a su rápido declive e incluso a su pronta desaparición. Estos factores, de índole muy diversa -geográficos, económicos, históricos, climatológicos, etc.-, han determinado a través de la Historia la presencia humana más o menos estable. La conjunción y armonización de dos o más factores han creado las circunstancias favorables para el desarrollo de una ciudad próspera y de vida activa. Por contra, cuando algunos de estos factores se han alterado por causas diversas o han desaparecido, pueden producir el progresivo despoblamiento del hábitat e incluso su abandono.

Dos ejemplos bien claros de este último supuesto tenemos a pocos kilómetros de Ciudad Real, ejemplos que formaron parte mucho antes y con gran trascendencia de la historia de la zona. Nos referimos a los despoblados, o en palabras del gran medievalista Torres Balbas, ciudades yermas, de Alarcos y Calatrava la Vieja. Ambas ciudades, con un pasado muy antiguo, remontándose, según la documentación arqueológica disponible, a la llamada edad del Bronce y con facies culturales de gran esplendor-etapa ibérica y medieval-, son en la actualidad románticas ruinas, patrimonio de la investigación arqueológica.

Pero, por qué y cómo mueren las ciudades, se pregunta el investigador anteriormente citado. Algunos de los factores que se han enumerado al principio fueron alterados, bien de manera natural o por la acción humana. En el caso de Alarcos varios factores concluyen; por un lado, la célebre batalla que lleva su nombre del año 1195, dio al traste con el gran proyecto urbanístico y de repoblación de Alfonso VIII. En segundo lugar, la ubicación del propio enclave, emplazado en un incómodo cerro de inclinadas pendientes, con un sentido exclusivamente estratégico de control del vado del río Guadiana, no respondía a la realidad del momento, tras la batalla de Las Navas de Tolosa, ya que habían cesado las razones militares temporales que tan sólo justificaron en principio su existencia. Y por último, si nos basamos en los documentos escritos, la proximidad del perezoso Guadiana con su incierto cauce de aguas pantanosas y malolientes, hizo de este solar un lugar malsano y poco agradable para vivir. Cabe incluso enumerar un cuarto factor, y es el recuerdo, siempre presente, de la sangre vertida en la sangrienta derrota infligida por las tropas almohades, que estuvo a punto de cambiar el rumbo de la Historia Medieval de España. La aparición de miles de puntas de flechas, amén de otros objetos bélicos, como puñales, espadas, cuchillos, jabalinas, etc., en la excavación del yacimiento hablan por sí mismos del furor de la batalla.

Por lo que respecta a Calatrava la Vieja, debemos pensar que fueron los mismos factores los que contribuyeron a su progresivo abandono: la proximidad al Guadiana, con un foso artificial que la aislaba, la destrucción y saqueo días después de la batalla y el traslado de la sede de la Orden de Calatrava a un nuevo enclave más al sur, tras la batalla de Las Navas de Tolosa, en el Sacro Convento Castillo de Calatrava la Nueva, hizo que la ciudad más importante durante la ocupación islámica entre Toledo y Córdoba, fuera despoblándose día a día hasta convertirse en una ciudad muerta. Incluso, en el caso que nos ocupa, la muerte de Calatrava la Vieja, trajo consigo la desviación del camino que a ella conducía, camino que fue la vía de comunicación más importante en la antigüedad que unía Toledo con Córdoba, y que en esencia reproducía la Cañada Ganadera que desde la Edad del Bronce comunicaba Andalucía con la Meseta.

cerro de Alarcos   El enclave del cerro de Alarcos, hoy objeto de una sistemática excavación, es el antecedente arqueológico e histórico de Ciudad Real.

Pero curiosamente, la desaparición histórica de estas dos ciudades va a traer consigo con el paso del tiempo y por razones políticas y militares, como son la consolidación de la retaguardia, la repoblación del valle del Guadiana y el control de las cada día más florecientes Ordenes Militares, la aparición o mejor dicho, la identificación de una nueva población -Villarreal-, en una zona aparentemente poco apropiada para un asentamiento medieval. Hay que pensar que el rechazo a ocupar nuevamente y de manera más intensa Alarcos y Calatrava la Vieja y a aumentar considerablemente su población, obligará a la Corona a crear las bases administrativas para el establecimiento de una nueva población.

Pero no creemos que el lugar donde actualmente se asienta Ciudad Real fuese, por aquellos años, solamente una pequeña aldea de cuatro casas llamada Pozuelo Seco de Don Gil. O dicho de otra manera: estamos convencidos de que en este lugar existía una serie de factores positivos que favorecieron el desarrollo del hábitat, y que hizo que un Rey se fijara en él para crear una ciudad, a la que otorgó rápidamente numerosos privilegios, teniendo además, en un radio de acción de menos de diez kilómetros, dos ciudades de la categoría de Alarcos y Calatrava la Vieja. Algo más ha escondido la Historia sobre este enclave, algo que ni los datos históricos ni las fuentes arqueológicas han podido descubrir, pues la narración, más o menos histórica, que Madoz hace para argumentar tal decisión real, no ne una base muy sólida: «Ciudad Real en su primitivo origen era una aldea de la villa de Alarcos, con el nombre de la Puebla del Pozuelo y luego Pozuelo Seco de Don Gil. Marchando hacia Andalucía don Alfonso el Sabio en 1262, llegó a Pozuelo Seco de Don Gil, y en vista de lo ameno de la situación, determinó ampliarla hasta hacer de ella una hermosa Villa...»

Por aquel entonces el territorio no estaba vacío; en el documento fundacional, Alfonso X se encarga de asignarle algunos términos a la nueva ciudad: las aldeas de Ciruela, Villar del Pozo, la Higueruela, Poblete y Alvalá, más Alarcos. Cualquiera de estas poblaciones pudo ser elegida para recibir los favores reales; incluso la propia Alarcos, ya que, aunque en el documento se insiste en el intento de repoblar la ciudad, los argumentos esgrimidos son de poco peso. Es más fácil y menos costoso reparar una muralla en parte destruida, de 2,80 m. de anchura, con sólida cimentación, visible en la actualidad en algunos tramos después de ocho siglos, que levantar una nueva de tierra. Porque queramos o no, la muralla de Ciudad Real, si exceptuamos algunos elementos nobles, como la Puerta de Toledo, no deja de ser una cerca de tapia, es decir, de tierra apisonada. Y si nos basamos en los dos últimos trabajos que hacen referencia concreta al recinto amurallado de la ciudad, podemos observar cómo la escasez de materia prima, fundamentalmente madera y piedra, hace que el trabajo sea lento y costoso, llegando incluso a tener que traer la madera de la ciudad de Cuenca.

Dos siglos después de la construcción de la muralla, a finales del siglo XV, se encontraba sumamente abandonada y en un estado bastante ruinoso, hasta el extremo de tener que solicitar los vecinos de la ciudad a los reyes un impuesto especial (una sisa), con objeto de obtener fondos para su restauración.

Por el contrario, la llanura que se extiende al mediodía del Cerro de Alarcos, próxima pero a la vez lo suficientemente alejada del río Guadiana, reúne, a priori, las mejores condiciones de habitabilidad. Y si en el tema de la obtención de la madera pudiera tener los mismos problemas que Villarreal, en cuanto a la piedra, el asunto cambia radicalmente, existiendo en el mismo cerro y en sus alrededores numerosos afloramientos cuarcíticos. La investigación arqueológica ha demostrado cómo la ciudad de Alarcos sirvió de cantera a Ciudad Real, desforrando de sillares las torres de su Alcazaba y las esquinas de sus paramentos murarios.

Las fuentes arqueológicas tampoco han dado resultados positivos; los escasos restos arqueológicos que se han podido controlar en los solares de Ciudad Real, corresponden a materiales pertenecientes a momentos posteriores, como los excavados en el pozo de la Casa de Hernán Pérez del Pulgar, o los encontrados en el solar de la calle de María Cristina, esquina a calle de la Cruz.

Estos factores positivos a los que aludíamos al principio fueron a nuestro juicio tres: las aguas freáticas que circulaban a escasos metros de la superficie con el afloramiento de numerosos pozos y manantiales, la laguna o lagunas, posiblemente salobres, que en este lugar había y su posición ancestral de nudo de comunicaciones.

Razones de un asentamiento humano

Vamos a exponer a continuación los argumentos que la investigación arqueológica ha facilitado para expresar, como hipótesis de trabajo, que el enclave donde se asienta la ciudad fue ocupado por distintas culturas a través de la prehistoria, en base fundamentalmente a esos tres factores positivos que favorecieron los asentamientos.

Pero antes vamos a situar brevemente la zona en la que nos movemos bajo el punto de vista geológico. Ciudad Real se localiza en el extremo occidental de La Mancha correspondiendo el sustrato profundo de esta llanura al Paleozoico, el cual asoma en superficie en algunos sitios, como pequeñas islas montañosas, constituyéndose uniformemente en el período Mioceno.

Una de las características geológicas más interesantes de nuestra zona es el vulcanismo, estudiado ya hace años por el profesor Hernández Pacheco, según el cual este amplio llano mioceno, con algunas serretas de cuarcitas, es el que forma el verdadero núcleo del campo volcánico de la provincia de Ciudad Real. En los alrededores de Ciudad Real, Poblete, Alcolea, son extraordinariamente abundantes los afloramientos eruptivos, dando origen a grandes coladas, mantos de cenizas, cabezos volcánicos y lagunas craterianas. Esta región, por la constitución especial geológica del mioceno, encierra un potente manto acuífero, que en gran parte del territorio es poco profundo (de 4 a 8 m.) y el cual es aprovechado mediante pozos y norias sumamente abundantes para regar.

En esta breve reseña geológica podemos encontrar dos de los tres factores positivos vitales en el nacimiento y desarrollo de un hábitat: el potente manto acuífero y las numerosas lagunas craterianas que se localizan en los alrededores. No vamos a detenernos en el primer factor, habida cuenta de lo conocido del tema; incluso la toponimia viene en nuestro auxilio al conocerse este lugar como Pozo Seco. Todos los historiadores medievalistas citan como causa prioritaria de la elección del lugar, la existencia de pozos y manantiales. Hasta fechas muy recientes era frecuente observar la aparición de gran cantidad de agua al hacer la cimentación de nuevas casas en las zonas más bajas de la ciudad. Es el llamado actualmente Acuífero 23. La existencia de agua dulce en el lugar, o próximo a él, es la primera condición para establecer un asentamiento humano, más aún en las comunidades prehistóricas, donde la dependencia de la naturaleza es mayor (la calle llamada del Pozo Dulce es un buen ejemplo de recuerdo histórico).

El segundo factor positivo enumerado es mucho más oscuro y difícil de documentar en estos momentos, ya que la propia dinámica de la ciudad ha llevado consigo la desaparición de los posibles restos o indicios que pudieran confirmar la hipótesis que aquí exponemos. Como ya hemos citado anteriormente, nos referimos a la existencia en el lugar, junto a los manantiales de agua dulce, de una o varias lagunas, cuya presencia haya contribuido a la elección del mismo a lo largo del tiempo. A este respecto, tenemos una serie de datos históricos que nos hablan de unas lagunas al Saliente de la ciudad, entre la Puerta de Toledo y el final de la calle de La Mata. A finales del siglo XV (1489), como ya hemos comentado, los vecinos de Ciudad Real solicitan ayuda a los Reyes para restaurar la muralla, argumentando que el mal estado de conservación se debía, en gran parte, a una balsa de agua que hay fuera de la ciudad pero junto a la muralla, y que las humedades producidas habían derribado parte de la cerca y una torre...

Aquellas lagunas de Ciudad Real que formarían parte del rico humedal manchego y que, actualmente, a las que aún subsisten intentamos mimar y proteger de la presión humana, fueron auténtica pesadilla para las autoridades y población de la ciudad en los siglos siguientes, hasta el día 21 de julio de 1868 en que se terminó su desecación, dirigida por el Gobernador y Alcalde de Ciudad Real, don Agustín Salido y Estrada. El relato que extraemos de Delgado Merchao no puede ser más elocuente: «... y se inician otras mejoras de verdadera necesidad tocantes al saneamiento e higienización de la ciudad entre las cuales hay que contar el desagüe de Los Terreros, enormes lagunas situadas al Saliente, formadas por la acogida de aguas pluviales, que los calores del estío convierten en focos de paludismo, ocasionando sus pútridas emanaciones mortal, epidemia que diezma la vida de los moradores del barrio de Santiago.»

Respecto a la posibilidad de ser una laguna de agua salobre, no podemos definirnos, ya que no tenemos documentación al respecto, si bien, y según hemos podido informarnos, esta cualidad es, en la mayoría de los casos, de carácter temporal, y depende exclusivamente de la temperatura ambiental y de las tierras circundantes. La salinidad de las aguas de las lagunas procede del lavado de las tierras que la rodean en época de lluvias, que se van depositando en ella, y variará en función del volumen de agua contenida y de la temperatura. Durante el estío y con la temperatura de clima semiárido que se alcanza por estas latitudes, se produce una rápida e intensa evaporación del agua, quedando dichas sales en el fondo de la laguna. Los análisis realizados en las lagunas al Norte de Alcázar de San Juan, ya en la provincia de Toledo (Quero, Villacañas, Lillo, Villafranca, etc.), han proporcionado, en mayor o menor densidad, los siguientes elementos: cloruros, sulfatos, carbonatos, calcio, potasio, sodio y magnesio, sales todas ellas necesarias para la vida humana y animal.

Algunas de estas lagunas se siguen explotando comercialmente: la laguna Grande de Quero y la laguna de Tirez en Toledo, así como las lagunas de Pétrola y Saladar en Albacete; en estas dos últimas se explotan sales magnésicas con fines industriales; la salmuera de sus aguas es objeto de explotación industrial. Más próxima a nosotros, la laguna salobre de Pozuelo de Calatrava también ha sido explotada con fines comerciales hasta hace no mucho tiempo. Volveremos a hablar sobre este segundo factor positivo a la hora de tratar los distintos asentamientos prehistóricos.

El tercer y último factor es el ancestral nudo de comunicaciones que ha significado siempre esta zona y en concreto este lugar desde los tiempos de los caminos y cañadas ganaderas, ya en la Edad del Bronce, y que con pequeñas variaciones ha sido utilizado por las vías romanas, los caminos medievales, e incluso por el trazado de muchas carreteras modernas. Puede que este último factor sea consecuencia lógica de los otros dos.

La mayoría de los historiadores hacen coincidir este punto con un nudo de comunicaciones o simplemente paso de caminos. La posición céntrica de la zona que nos ocupa en el conjunto de la geografía peninsular y su riqueza viaria, la habían convertido a través de los tiempos, según el historiador julio González, «en tierra de tránsito con combatientes y mercaderes, tránsfugas y políticos, así como en tierras de contiendas. No olvidemos que es el puente de unión del Sur con el Centro, Norte y Levante de España».

Pero creo que son aún más elocuentes y sobre todo más esperanzadoras las palabras de Manuel Espadas Burgos al hablar de Castilla-La Mancha como cruce de caminos: «Castilla, tierra de frontera; también Castilla, cruce de caminos. Es ésta otra de las notas que definen el ser y el comportamiento histórico de nuestros hombres, habitantes de una región encrucijada de caminos, tierra de paso y, por tanto, abierta y acogedora. Entre el Sistema Central y la Sierra Morena, de Extremadura al Macizo Ibérico y a las estribaciones más orientales del Sistema Bético, las tierras de Castilla-La Mancha estuvieron desde la antigüedad cruzadas por rutas que comunicaban el Norte con el Sur de la Península y el interior con la costa. El avance de los estudios arqueológicos en las provincias que hoy forman la Comunidad Castellano-Manchega confirman lo que se conocía por tradición, fuentes literarias o documentos epigráficos, al tiempo que depara continuas sorpresas sobre la remota actividad humana y el alto nivel de las culturas que desde la Prehistoria y, especialmente, desde la Edad del Bronce se asentaron en estas tierras y mantuvieron enriquecedores contactos con otras culturas del mundo mediterráneo. No fue ésta en la antigüedad una región yerma e inactiva, sino un gran centro de paso y de intercambio cultural». También volveremos a tratar de este tema más detenidamente al hablar de las vías de comunicación romanas.

No han transcurrido aún veinte años desde que nos lamentábamos en la introducción de mi trabajo de Licenciatura del abandono total al que había sido sometida la provincia de Ciudad Real en materia arqueológica. En ese estudio todavía inédito realizado en el año 1974, intentábamos explicarnos por qué esta zona no había sido lo suficientemente atractiva para captar a estudiosos e investigadores del tema, como había ocurrido con otras provincias próximas a la nuestra y con una ocupación histórica similar. Los escasos hallazgos fortuitos nos hablaban de una ocupación ya en el Paleolítico, unas pinturas o jeroglíficos de la Edad del Bronce en Fuencaliente y Almadén, materiales ibéricos y visigodos en el gran «Oppidum» y posteriormente Silla Episcopal de Oretum, los mosaicos de Alcázar de San Juan y Albaladejo, los fragmentos y restos recogidos a la sombra de los lienzos de las murallas de Alarcos y Calatrava la Vieja, etc.; todo ello y más cosas que se quedan en el tintero por no hacer demasiado prolija la enumeración, no habían servido para atraer a instituciones científicas e iniciar investigaciones arqueológicas. Incluso, el padre de la Arqueología española, el profesor Antonio García y Bellido era natural de nuestra provincia, de Villanueva de los Infantes, y solamente en uno de sus últimos trabajos es cuando trata de un tema muy puntual de su patria chica: el estudio de una inscripción romana. Resumiendo, no había Universidad y, por no haber, no había ni Museo Provincial.

El abandono no podía ser más absoluto. ¿Acaso no habíamos tenido antepasados? ¿Cuáles eran nuestras raíces? Una consulta a un manual de Historia General de España, ofrecía para cualquier etapa de la Historia, al profesional o al simple aficionado, un panorama desolador. El aspecto que un mapa de dispersión ofrecía al interesado era muy simple: Ciudad Real estaba prácticamente vacío.

La realidad actual ha experimentado un cambio de 180 grados, habiéndose producido en estos últimos veinte años un proceso de investigación arqueológica que me atrevería a definir como frenético, y en el que han intervenido investigadores e instituciones muy variadas. El resultado es que sí tenemos antepasados, sí podemos profundizar en nuestras raíces. El hombre prehistórico no había rehuido nuestras tierras, las terrazas de nuestros ríos o las atalayas de nuestros cerros. El vacío de Ciudad Real no era un vacío del hombre prehistórico, era, en palabras de Antonio Ciudad Serrano, un vacío del hombre moderno; era un vacío de investigación en el campo de la Arqueología.

El primer poblamiento de la región se inicia en época muy temprana, durante el período Paleolítico Inferior, en sus etapas más antiguas, es decir, durante el Achelense Inferior Arcaico, y se desarrolla, sin solución de continuidad, durante el Achelense Medio y Superior, culminando en el Paleolítico Medio con el Musteriense. Posteriormente se produce una reducción e incluso abandono del poblamiento durante el Paleolítico Superior y Neolítico, por causas desconocidas, hasta la implantación de un nuevo poblamiento en los comienzos del Eneolítico (Inicios de la Edad del Bronce), que supondría la repoblación generalizada del territorio regional y formaría el sustrato de las manifestaciones del Bronce en la región.

Los primeros estudios científicos se remontan a la década de los sententa, con la presencia de los primeros paleolitistas en el Campo de Calatrava; su labor prospectora les llevará a la localización de numerosos yacimientos en la cuenca del Guadiana y sus afluentes, así como en los alrededores de lagunas y zonas de encharcamiento.

Entre los yacimientos descubiertos en esos momentos más próximos a nuestro entorno, cabe destacar los siguientes:

Yacimiento: entre Fernancaballero y el pantano de Gasset.

Yacimiento: Dehesilla del Emperador, en la orilla izquierda del río Guadiana.

Yacimiento: Puente de Picón.

Yacimiento: Valverde, entre la carretera Ciudad Real-Badajoz y el río Guadiana.

Yacimiento: Albalá, en la orilla izquierda del río Guadiana.

Yacimiento: Puente de las Ovejas, en la carretera Puente de Alarcos a Corral de Calatrava.

Yacimiento: Puente Morena, en la carretera de Ciudad Real a Puertollano, orilla derecha del río Jabalón.

Yacimiento: Atalaya, en el monte al Norte de Ciudad Real, en todo el terreno entre la capital y los alrededores de la cima.

En las inmediaciones de la capital, estos mismos investigadores localizaron dos nuevos núcleos: saliendo por la carretera de Puertollano, a pocos metros del casco urbano, y frente al Seminario Diocesano, por la carretera de Porzuna.

Intencionadamente nos hemos detenido en la enumeración de los yacimientos paleolíticos más próximos a nuestro hábitat y su relación con cursos de agua, para poder llegar a la conclusión de que, salvo los enclaves de las inmediaciones de la capital y la Atalaya, todos los demás asentamientos se sitúan en las terrazas de los ríos. ¿Cuál sería, por consiguiente, el sentido de la ubicación de los restantes? Hay yacimientos situados al Norte-Noreste de la ciudad (Atalaya y alrededores del Sanatorio); un segundo núcleo, hacia el Oeste (Seminario Diocesano), y por último, otro tercero en el Sur (las Huertas de San Miguel). El único porqué de la ubicación de estos yacimientos estaría en la ocupación de los alrededores de un humedal, es decir, de una laguna que justificase de esa manera su presencia.

En los últimos años, los estudios sobre el poblamiento paleolítico han alcanzado un alto nivel de conocimiento, debido, fundamentalmente, a los trabajos de prospección y análisis de Vallespí, García Serrano y Ciudad Serrano. A este último investigador debemos también un gran trabajo de síntesis, aportándonos nuevos yacimientos paleolíticos en el término municipal de Ciudad Real: El Vicario, Los Castillejos, Molino del Emperador, Terraza +19/20 m. orilla derecha del Jabalón (uno de los yacimientos más antiguos de cantos tallados fechados en el Achelense Inferior), Valderachas y Las Barracas. Por último, y dentro del término municipal de Miguelturra, pero muy próximo a los citados anteriormente, sitúa nuevos asentamientos en el Camino de los Llanos, carretera de Murcia por Alcaraz, Km. 4, y en la Sierra de San Isidro. Con estos nuevos yacimientos, el circuito que rodeaba a los humedales de este enclave quedaba casi cerrado.

En un trabajo posterior amplía el número de localidades dentro de los términos de Ciudad Real y Miguelturra: Camino de Ciruela y La Celada en Ciudad Real, y Las Cabezuelas en el término de Miguelturra, a 4 Km. de Ciudad Real en dirección a Carrión de Calatrava. Con estos últimos ejemplos, el círculo ha quedado completado en su totalidad.

Por lo que respecta a la relación laguna-asentamiento paleolítico, permítaseme presentar la siguiente lista extraída del último trabajo citado, teniendo presente que se refiere únicamente a una sola provincia:

- Yacimiento: Los Habares (Pozuelo de Calatrava), Achelense Superior y Musteriense, en los alrededores de la laguna La Inesperada.

- Yacimiento: Nava Grande (Malagón), Achelense o Musteriense, en los alrededores de la laguna del mismo nombre.

- Yacimiento: Laguna de Retamar (Almodóvar del Campo), Paleolítico Medio.

- Yacimiento: La Celada (Ciudad Real), Musteriense, posible laguna volcánica en la carretera de Porzuna.

- Yacimiento: Laguna de Caracuel (Villamayor de Calatrava), de posible origen volcánico.

- Yacimiento: La Laguna de la Camacha (Picón).

Queda, pues, claro y evidente que los primeros habitantes de Ciudad Real fueron pequeños grupos humanos asentados estacionalmente en los bordes de las lagunas, con el fin de obtener su economía depredadora basada fundamentalmente en la caza, pesca y recolección.

Como hemos visto hasta este momento, la presencia humana durante el Paleolítico Inferior y Medio es muy abundante en esta zona y viene a ocupar la totalidad de las cuencas fluviales y zonas húmedas. Pero será a partir de los últimos momentos musterienses, y con la aparición del nuevo tipo humano de los Sapiens sapiens, cuando se produzca una reducción del poblamiento y en muchos lugares, como es nuestro caso, su total abandono. Las nuevas exigencias de vida colectiva, así como el desarrollo de la talla laminar no apta para trabajar la cuarcita, pudieran ser parte de los motivos que se esgrimen para explicar este despoblamiento.

Las culturas del Bronce

Lo cierto es que en el estado actual de la investigación, la reocupación comienza a producirse en el Eneolítico y Bronce Inicial, para culminar durante el Bronce Medio. Sobre este sustrato Eneolítico, Calcolítico, Bronce Antiguo o Inicial (véase, incluso, en la nomenclatura la dificultad de aunar criterios) se desarrollará un Bronce Medio que, lejos de ser uniforme, se manifiesta también de muy diversas maneras, utilizándose por los distintos investigadores nombres que confunden más que clarifican: Bronce ibérico, Bronce Argárico, Cultura de las Motillas, Bronce de la Mancha, etc.

Pero lo que sí parece estar claro es la identificación en estos últimos años de un horizonte cultural unitario, al que, siguiendo la terminología de mis maestros, denominaremos Bronce de La Mancha, y que estará compuesto por varias facies culturales, diferenciadas en sus formas y modos de representar la cultura a la que pertenecen. De las seis facies culturales diferenciadas para la Edad del Bronce de La Mancha por estos autores (Facies Cuevas, Facies Fondos de Cabañas, Facies Abrigos, Facies Motillas, Facies Morras y Facies Castellanos o Cerros), solamente tenemos constancia bibliográfica en nuestra zona de la presencia de las tres últimas.

Las denominadas «Motillas» son yacimientos localizados en tierras llanas y bajas del corazón de La Mancha y, en especial, en la cuenca del Guadiana; se caracterizan por la presencia de los restos de los materiales constructivos de una o varias edificaciones, y naturalmente de ellas mismas, que pueden llegar a alcanzar varios metros de altura sobre el llano.

Muchas de las áreas en que aparecen estas «Motillas» pertenecen a cuencas endorreicas, periódicas y fácilmente inundables incluso en la actualidad (zona pantanosa), o bien otras veces se trata de áreas muy próximas al cauce de alguna corriente fluvial más o menos importante (valle de un río). En otros casos, estas construcciones no pueden vincularse de manera segura a este tipo de paisajes (emplazamientos en llano). En cualquier caso, estos tres tipos de asentamientos de las Motillas responden a una funcionalidad económica eminentemente agrícola.

Dentro de la Facies Morras se incluyen los asentamientos localizados en pequeñas elevaciones naturales que dominan los valles anteriores y los pasos de comunicación más importantes de Ciudad Real.

Por último, los yacimientos que representan la Facies Castellones o Cerros se localizan fundamentalmente a lo largo de aquellas áreas geográficas de la región manchega en las que la orografía presenta cerros altos y escarpados, con acceso fácil por algunas de sus caras, rodeados de tierras cultivables y situadas en lugares de amplia visibilidad respecto a los pasos naturales de comunicación.

Pero llegado a este punto podemos preguntarnos, como lo hace la investigadora Andreu Mediero, si para la elección de un lugar de asentamiento, éstos que sin duda fueron nuestros antepasados buscaban en la naturaleza de nuestra geografía aspectos favorables o ideales, tales como su posible situación estratégica o de la cercanía a lugares con agua potable, en forma de ríos, lagunas, etc. En segundo lugar podemos preguntar igualmente si, por el contrario, el motivo para la elección del lugar de asentamiento está únicamente, o además, en función de la posible explotación de minas de cobre, estaño, plomo, plata y oro. O bien si la proximidad del yacimiento a lagunas o ríos de origen salino fue el motivo por el que se eligió ese lugar; o si el lugar elegido fue el propicio para el cultivo y/o el pasto para la ganadería.

Como puede observar el lector, estas mismas preguntas que se hace la citada investigadora en el interesante estudio realizado, y que volveremos a él más adelante, nos remiten al primer párrafo de este trabajo, cuando afirmábamos que «el nacimiento de un núcleo urbano nunca se produce al azar, sino que en él convergen una serie de factores que lo posibilitan».

Efectivamente, del estudio cartográfico e informático realizado sobre los recursos explotables y el poblamiento durante la Edad del Bronce, Andreu Mediero llega a la siguiente conclusión: se puede apreciar la influencia de la proximidad de recursos naturales en la ubicación de los asentamientos humanos. En este sentido analiza tres clases de recursos naturales: hidrografía, saladares y recursos minerales.

La hidrografía, no sólo como fuente de agua potable, sino también para el regadío de cultivos y como lugar de pesca fluvial y caza (Las Tablas de Daimiel). En segundo lugar, y dentro de los recursos naturales, incluye la presencia de salinas, para lo cual ha tenido en cuenta aquellas lagunas y ríos que en la actualidad continúan teniendo un carácter salino, como, por ejemplo, la laguna salada de Pozuelo de Calatrava. Según esta investigadora, «todas las salinas existentes en la geología de Castilla-La Mancha son aptas para el consumo directo por animales y seres humanos, así como su utilización en salazones para la conservación de alimentos». Factor este que creemos de fundamental trascendencia durante gran parte de la historia.

Esfinge alada de época ibérica (s. IV a. C.) procedente del cerro de Alarcos (Museo Provincial)

  Esfinge alada de época ibérica (s. IV a. C.) procedente del cerro de Alarcos (Museo Provincial).

Por lo que respecto a los minerales, no creo que haga falta justificarlos como recursos naturales, aunque en nuestro caso son los menos interesantes, ya que las cuencas minerales se encuentran muy al sur y no condicionaron los asentamientos humanos en nuestra zona durante la Edad de Bronce.

Observando la red hidrográfica con respecto a los yacimientos se comprueba que éstos están ubicados a lo largo del curso de los ríos. También resulta notable la presencia de pequeñas concentraciones de asentamientos en torno a lagunas.

En las proximidades de zonas de aguas susceptibles de obtención de sal se observa una indefectible presencia de asentamientos, con independencia de que también encontremos en sus entornos ríos o lagunas de agua potable. No obstante, es de destacar que ninguno de los asentamientos Facies Morras ni Facies Motillas se encuentran en relación con las minas, mientras que sí se encuentran ubicados próximos a saladares o, dicho de otra manera, se observa que la proximidad de salinas es muy característica, mientras que los Castellones se asientan indistintamente junto a salinas y minas.

Las conclusiones a las que llega Andreu son muy interesantes y reveladoras de cuanto llevamos dicho y justificado hasta ahora, por lo que ruego se me permita extenderme en este aspecto; en cuanto a los recursos naturales se observa que la relación asentamiento humano-hidrografía es total: prácticamente el 100 por 100 de los asentamientos están ubicados próximos a ríos, arroyos o lagunas.

En relación a los recursos mineros y salinas se observa una notable tendencia al establecimiento de los asentamientos en lugares próximos a estos recursos: el 50 por 100 del total de asentamientos analizados. Un análisis más pormenorizado de este aspecto nos da los siguientes resultados:

Asentamientos humanos próximos a salinas: 38 por 100.

Asentamientos humanos próximos a salinas y minas: 10 por 100.

Asentamientos humanos próximos a minas: 22 por 100.

Un factor muy importante (nuestro tercer factor positivo), las vías de comunicación, también es tratado por la autora, si bien preferimos posponerlo y abordarlo al hablar de las vías romanas. Con todo vamos a exponer los datos estadísticos aportados para los asentamientos humanos en la Edad de Bronce: el 80 por 100 de los asentamientos se localizan en una vía de comunicación (el 66 por 100 junto a una vía principal y el 14 por 100 a un paso natural). Del 20 por 100 restante, es decir, yacimientos no situados junto a una vía, el 63 por 100 está próximo a minas y/o saladares.

¿Existía durante el Bronce de La Mancha un asentamiento en el lugar que actualmente ocupa Ciudad Real? Los tres factores positivos que tan reiteradamente estamos nombrando, y que estamos convencidos que existieron en este lugar, ¿fueron lo suficientemente atractivos como para atraer un asentamiento durante la Edad de Bronce, cuando ya se había producido la segunda repoblación de la zona? Si estadísticamente los asentamientos de la Facies Motillas ocupan lugares en las tierras llanas y bajas, pertenecen a cuencas endorreicas fácilmente inundables y/o se encuentran próximos a saladares, ¿existe o exisitió en nuestro subsuelo una Motilla? En el momento actual no lo sabemos y es muy probable que nunca lo sepamos, a no ser que venga en nuestra ayuda un golpe de suerte y surjan los restos del asentamiento humano en alguno de los numerosos solares que aún quedan por edificar. Pero aunque esperanzados, no somos excesivamente optimistas. Con todo, creemos que el terreno estuvo abonado para tal asentamiento.

Un ejemplo bien evidente que ha perdurado hasta nuestros días es la Motilla de Malagón, destruida no hace más de quince años, y cuyos materiales fueron rescatados en parte y trasladados al Museo Provincial; estaba situada en el centro de la ciudad y sobre ella posteriormente se instaló un asentamiento ibérico y el castillo medieval; una máquina excavadora lo destruyó todo.

Ciudad Real se sitúa, geográficamente hablando, en la parte más baja de una especie de cubeta en lo más hondo de una depresión, rodeada de pequeñas colinas o sierras de escasa altura que la convierten en el centro de un hipotético círculo: la Atalaya al Norte y Nordeste, desde la carretera de Toledo hasta la de Carrión de Calatrava. La Sierra de San Isidro, en Miguelturra al Este, que se une a su vez a una serie de colinas hacia el Sudeste hasta llegar a los Castillejos, en el Sur. Desde los Castillejos nos dirijimos hacia el Oeste hasta alcanzar Alarcos, para girar nuevamente hacia el Noroeste por las Sierras de Alcolea y Picón, y terminar en las Sierras de Fernancaballero, por el Norte.

Pues bien, en la mayoría de estos cerros se localizan asentamientos de la Edad del Bronce de La Mancha pertenecientes a las Facies Castellones y Morras. Aunque es un tema que está por investigar detenidamente se puede constatar la presencia de estos hábitat en la Atalaya, Sierra de San Isidro, Cerro de la derecha en la carretera de Ciudad Real a Aldea del Rey, los Castillejos, tanto en el que se encuentra en el lado izquierdo de la carretera de Ciudad Real a Poblete, como en toda la cordillera que muere en Alarcos; en el propio yacimiento de Alarcos, y por último en las Sierras de Picón.

El nuevo Museo Provincial de Ciudad Real

  El nuevo Museo Provincial de Ciudad Real reúne una muestra muy seleccionada y representativa de la arqueología de la región, expuesta con un renovado criterio museístico.

Como conclusión a este segundo poblamiento de la zona durante la Edad del Bronce, podemos señalar, en el estado actual de la investigación, una ocupación ciertamente intensa en asentamientos pertenecientes a las Facies Motillas, Morras y Castellones. Su economía estaría basada fundamentalmente en la agricultura, caza, pesca, algo de ganadería y en la explotación de los saladares sin olvidarnos del control de las vías de comunicación.

Los últimos momentos de la edad del Bronce, los llamados Bronce Final y Tardío, son todavía oscuros en nuestra zona, al igual que el período siguiente denominado Hierro I. La pervivencia del poblacimiento humano de la Edad del Bronce, animado por los influjos derivados de los Campos de Urnas que nos llegan desde el Norte, y por la penetración de los pueblos colonizadores del Mediterráneo desde el Mediodía y Extremadura hacia el Norte, y del Este hacia el Oeste, van a traer consigo el proceso de Iberización en la zona, que constituye el final de la Prehistoria al entrar en contacto con los pueblos históricos.

Las culturas históricas

¿Y qué información nos han legado los pueblos históricos sobre esta zona? A partir de este momento la investigación arqueológica no cuenta única y exclusivamente con los restos materiales dejados por el hombre, sino que las fuentes escritas vienen en nuestra ayuda para darnos algo más de luz al tema. Pero no seamos excesivamente optimistas; quedan todavía enormes lagunas de información y tendremos que recurrir nuevamente a la investigación arqueológica para ir completando las páginas de nuestra Historia Antigua.

La zona que nos ocupa estuvo enclavada dentro de la Oretania, región ibérica que se extendía por gran parte de las provincias de Ciudad Real, Jaén, norte de Córdoba y este de Albacete si bien, a través de las fuentes clásicas resulta difícil establecer los límites exactos, máxime si se tiene en cuenta que éstas nunca mencionan líneas de divisiones tribales. sino solamente ciudades. Los límites y la identificación de los pueblos antiguos son confusos. Las contradicciones se remontan hasta los mismos escritores grecolatinos, agravado este hecho por la falta de apoyo arqueológico.

El término geográfico «Oretania» aparece por vez primera en las fuentes grecolatinas que hablan del dominio cartaginés en la Península Ibérica y en las que relatan los comienzos de la conquista romana del territorio hispánico.

Así, el historiador siciliano Diodoro, que escribe en el siglo I d. C., refiriéndose a las guerras públicas de Amilcar a manos del rey Orison (epónimo de la tribu), de los Oretanos: «... el rey de los Orises, Oretanos que viven en Cástulo, en la parte superior del Anas...». El mismo Diodoro refiriéndose a Asdrúbal dice: «... venció primero al rey Oriso, castigando a los culpables de la derrota de Amilcar. Recibió la sumisión de sus ciudades en número de doce...».

Tito Livio, historiador de los tiempos de Augusto, escribió una gran Historia que comprendía 142 libros, si bien su propósito parece que era llegar a 150 y darla por terminada con la muerte de Augusto.

En el Libro XXI, 5, 2, al hablar del dominio cartaginés, Tito Livio menciona los límites de este pueblo en nuestra nación, llevándolos hasta el Guadarrama y el Tajo, por lo que comprendía la región Carpetana y Oretana. Este dominio no debía ser muy efectivo, ya que al poco tiempo ambos pueblos se rebelaron contra el dominio cartaginés (XXI, 11): «Estando Aníbal en el asedio de la ciudad de Sagunto, envió a los oretanos y carpetanos unos comisionados para que reclutasen tropas auxiliares. Pero tanto los unos como los otros se negaron a tal fin y arrestaron a los legados de Aníbal. Enterado éste dejó a Maharbal en su lugar, para que continuara el asedio de Sagunto, y marchó contra estos pueblos a los que derrotó y obligó a deponer las armas.»

En el año 192 a. C., la Oretania se rebela nuevamente, pero en esta ocasión contra el nuevo invasor, Roma (XXXIV, 7, 6): «Pero el Cónsul C. Flaminio, marcha al frente de sus legiones y encontrándose en Rucia a los sublevados los derrota y toma la ciudad. Mas la guerra no estaba terminada y durante el invierno tuvo que librar nuevos combates.»

Y nuevamente Tito Livio XXXIV, 22, 5: «Reanudadas con nuevos bríos las operaciones en la primavera siguiente, emprende Flaminio el sitio de Licabrum, una de las ciudades más poderosas y mejor fortificada de aquella comarca, haciendo prisionero a su rey Corribilón; al mismo tiempo el procónsul Marco Fulvio tomaba por asalto las plazas de Vescelia y Nelos, y penetraba en los campos oretanos apoderándose de las ciudades de Noliba y Cusibi, y llegando a Toledo le pone sitio.»

Estrabón, geógrafo de los tiempos de Augusto, escribió su famosa Geophaká entre los años 29 al 7 a. C., y más tarde hacia el 18 de la Era, la retocó superficialmente. Su obra la estructuró en 17 libros, siendo para nosotros el más importante aquel que dedicó a Iberia (Libro III).

En el capítulo I, 6, al hablar de la «Mesopotamia» que formaban los ríos Tago (Tajo) y Anas (Guadiana), coloca en su parte alta a los carpetanos y ore tanos, es decir, la zona que actualmente ocupan las provincias de Toledo y Ciudad Real.

En otro apartado (I1, 1), al describir los límites de la Turdetania, sitúa al oriente a los Carpetanos y a algunos Oretanos coincidiendo más o menos con los límites anteriormente expuestos, si bien podemos notar un ligero desplazamiento hacia el sur de los límites meridionales de los Oretanos. Este desplazamiento llega a extremos inconcebibles cuando Estrabón afirma (III, 2) (IV, 14), que los Oretanos llegaban hasta las costas comprendidas dentro de las columnas (en el Mediterráneo) cerca de Málaga (Oretani prope usque ad Malacan). Al parecer, esta afirmación se debe a una mala interpretación del propio Estrabón, ya que él mismo coloca como límite oriental de la Bética a Kastoulón (Castulo-Cazlona) (IV, 20), y en otro lugar afirma que esta ciudad pertenece a la Oretania (III, 2).

Por todo ello no nos es de extrañar que en otro momento afirme (IV, 2) que por la Bastetania y el país de los Oretanos, cruza una cordillera cubierta de densos bosques y corpulentos árboles, que separan la zona costera de la inferior (Sierra Morena).

Como ciudades importantes de la Oretania, Estrabón cita a Kastoulón (Castulo-Cazlona) y Oria (Oretum, Granatula de Calatrava).

Alejandrino Claudio Ptolomeo, célebre matemático, vivió en tiempos del emperador Antonino Pío, en el siglo II d. C.; nos ha legado unas famosas tablas geográficas de suma importancia en su Geographiké-Hyphégesis (Indicatorio Geográfico). Nos ofrece una seca enumeración de localidades, con su longitud y su latitud calculada matemáticamente en grados y minutos, pero a cambio de esa sequedad, presenta el incalculable interés de darnos un cuadro casi completo de la España de su tiempo.

En su Libro II, VI, sitúa al Mediodía de los celtíberos y de los carpetanos a los oretanos y sus ciudades en número de 14 son: Salaria (Sabiote), a 9° 20" y a 40°, Sisapone (La Bienvenida Almodóvar del Campo) a 10° y a 39° 55", Oretum Germanorum (Granátula de Calatrava) a 9° 10" y a 39° 40", Aemiliana (sin localizar) a 10° y a 39° 40", Mirobriga (Capilla, Badajoz), a 9° 30" y a 39° 30", Salica (La Solana), a 10° 40" y a 39° 25", Livisosa (Lezuza, Albacete), a 11° 25" y a 39° 30", Castulo (Cazlona, Linares), a 9° 30" y a 39°, Lupparía (sin identificar), a 9° 45" y a 39°, Mentesa Oretana (Villanueva de la Fuente), a 10° 25" y a 39°, Cervaría (Vilches, Jaén), a 11° y a 39° 5", Biatia (Baeza, Jaén), a 10° y a 38° 45", Laccuris (Lacra, Jaén), a 10° 20" y a 38° 30".

Enclavada en la Oretania

  Enclavada en la Oretania, la región donde se sitúa Ciudad Real abunda en rastros de las culturas ibéricas, como prueban estas falcata y puntas de lanza.

En la mayoría de los casos, la identificación de estas ciudades oretanas con enclaves actuales no está muy clara, y salvo contadas excepciones (Oretum, Granátula de Calatrava), los historiadores difieren entre sí a la hora de inmortalizar una ciudad actual o un lugar concreto, por lo que nos vemos obligados a remitirles a la bibliografía correspondiente. Faltan, como hemos apuntado anteriormente, unas intensas investigaciones arqueológicas que confirmen o desmientan las fuentes clásicas.

La romanización

Después de la conquista por Roma, Ciudad Real se incorporó al sistema administrativo establecido en Hispania. Durante la época republicana su territorio formó parte de la Provincia Hispania Citerior, a excepción de la zona suboccidental, en torno a Sisapo (La Bienvenida), que pertenecía a la Provincia Hispania Ulterior, puesto que el límite de la Citerior se hallaba según las fuentes, en el curso medio del río Guadiana.

En tiempos de Augusto, la provincia de Ciudad Real debió estar incorporada a la Citerior (o Tarraconense), y dentro de la división en Conventus al Conventus Carthaginensis, salvo la zona sur occidental en torno a las minas de Sierra Morena (Sisapo) aunque este punto no esté aclarado del todo. Bajo el reinado de Diocleciano se produjo una nueva organización administrativa y este territorio, con la excepción de Sisapo una vez más, quedó incluido en la provincia Carthaginensis con capital en Cartagonova, actual Cartagena.

Como hemos visto hasta aquí, las fuentes clásicas no son muy explícitas al tratar de los límites y características de la región oretana. Como límites generales podemos situar al norte a la región carpetana, al oriente la celtibérica, al mediodía la Bastetania y al poniente la región Túrdula. Volviendo a la línea divisoria, es muy lógico pensar que el río Anas hubiera sido la frontera natural entre los oretanos de un lado y los carpetanos y celtibéricos de otro.

El tercer y último factor positivo para la implantación de un asentamiento humano es ser nudo de comunicación, o lugar de paso, o estar próximo a un camino natural, principal o secundario. Ya hemos hecho mención más atrás, al comentar el trabajo de la investigadora Andreu Mediero, como las vías de comunicación durante la Edad del Bronce, estaban basadas fundamentalmente en las cañadas ganaderas, originarias, aun con pequeñas variaciones, de las vías romanas, los caminos medievales y los trazados modernos. Es decir, se vienen utilizando los mismos pasos naturales y vías de comunicación desde los tiempos más remotos. De esta manera se nos presenta una red romana que comunica la zona septentrional de Extremadura, Andalucía, Murcia y Valencia con la zona septentrional de León (pasando por Segovia o Avila), Soria y Aragón. Son muy numerosos los ramales que salen o atraviesan los alrededores de Ciudad Real en todas direcciones.

Ermita y recinto amurallado de Alarcos a mediados del siglo XIX

  Ermita y recinto amurallado de Alarcos a mediados del siglo XIX, según grabado de E. J. Parcerisa para la obra «Recuerdos y bellezas de España », de José María Quadrado.

Los romanos aprovecharon en su totalidad estas cañadas ganaderas o vías naturales de comunicación, adaptándolas a sus necesidades, aunque también debieron crear su propia red de comunicaciones. Parte de estos trazados se pueden estudiar a través de las referencias contenidas en textos antiguos de índole itineraria, como el Itinerario de Antonino o el Anónimo de Ravenna (Ravenate). El Itinerario de Antonino se ha supuesto que data de época de Caracalla en función del título, Itinerarium Antonini Augusti; sin embargo las copias que se poseen hacen pensar en fechas más tardías, concretamente en torno a finales del siglo In d. C.

Según esta obra, dos rutas principales atravesaban la provincia, una de ellas, la Vía 29, cruzaba de Oeste a Este, desde Emérita (Mérida) a Laminium (Alhambra), para alcanzar Caesaraugusta (Zara goza) a través de las provincias de Albacete y Cuenca. Era la ruta conocida como Vía Per Lusitanium ab Emerita Caesaraugustam que recorría parte de Ciudad Real pasando por Sisapo (La Bienvenida), Carcuvium (Caracuel), Ad Turres (Santa Cruz de Mudela), Mariana (Puebla del Príncipe) hasta llegar a Laminium (Alhambra). De Laminium arrancaba a su vez en dirección noroeste la Vía 30 del itinerario que a través de las mansiones de Murum (Villarta de San Juan) y Consabro (Consuegra) se dirigía a Toletum (Toledo).

Aunque las fuentes romanas no hablan de ella, debió existir otra ruta importante en dirección norte proveniente de Córdoba a través de Los Pedroches y Valle de Alcudia. Citada por el itinerario de Edrisi (siglo X), parece que se trata de un camino antiguo o cañada ganadera entre Córdoba y Toledo, es decir, entre Andalucía y la meseta norte, que siguió empleándose tanto en época romana como medieval. A Corchado Soriano debemos una serie de estudios pormenorizados de los pasos naturales y caminería antigua entre el Guadalquivir y el Tajo, con especial referencia a la Provincia de Ciudad Real.

En conclusión, el estudio de las vías principales demuestra que Ciudad Real en época romana fue zona de paso obligado entre la Bética, la Lusitania y la Tarraconense, de ahí que las rutas que cruzaban el centro de la Península Ibérica, al pasar forzosamente por su territorio, favorecían el establecimiento de núcleos urbanos de cierta relevancia, así como la transmisión de las ideas políticas y religiosas del momento.

En este punto damos por terminado el presente trabajo, siendo consciente de que lo que hemos pretendido, más que un estudio de investigación de una realidad, inexistente actualmente, es una síntesis de los distintos procesos ocupacionales de la zona donde se sitúa Ciudad Real, con una hipótesis de trabajo, en cuanto a las condiciones ideales que debió tener este lugar para atraer un asentamiento humano. Condiciones ideales óptimas que estuvieron latentes durante toda su historia y que en un momento concreto, determinaron el desarrollo de una población. Si no hubiese sido de esta manera no entendemos cómo pudo despoblarse la ciudad de Alarcos. Por nuestro trabajo, y desde hace años, pasamos largas horas en el «Centro de Alarcos», intentando explicarnos con los demás colegas, este proceso de progresivo abandono que coincidió y aceleró el desarrollo de Ciudad Real. Todavía estamos muy lejos de saber lo ocurrido en esos años de la «Reconquista». Pero de lo que sí estamos seguros es de que será la investigación arqueológica, la que de manera lenta pero segura, nos proporcionará nuevos conocimientos sobre los distintos momentos ocupacionales de estos enclaves.