Iglesia y vida religiosa

CIUDAD REAL DEL SIGLO XX

IGLESIA Y VIDA RELIGIOSA

La época de la Restauración trajo también importantes novedades en la vida religiosa de Ciudad Real, uno de los vectores claves de la sociedad de aquel tiempo. Por bula del Papa Pío IX, de 8 de diciembre de 1875, se crea el «Priorato Nulhus» de las Ordenes Militares con sede en Ciudad Real, que es segregado así del arzobispado de Toledo, del que había dependido durante varios siglos. El Prior que lo ocupase llevaría el título de Obispo de Dora, una de aquellas simbólicas diócesis in partibus infidelium, título que se conservaría hasta fechas muy recientes, cuando se crease propiamente la diócesis de Ciudad Real. El primer obispo-prior fue don Victoriano Guisasola Rodríguez, un ovetense por entonces arcipreste de la catedral de Sevilla y hombre de prestigio como prueba el haber sido uno de los consultores del concilio Vaticano 1. Después de desempeñar el priorato de Ciudad Real pasaría al obispado de Orihuela para morir en 1888 como arzobispo de Santiago de Compostela.

Cartel anunciador de la Semana Santa de 1928

Cartel anunciador de la Semana Santa de 1928. Angel Andrade representa en él un cofrade de la hermandad de •La Coronación de Espinas», adscrita a los funcionarios de los ferrocarriles.

Llegaba en 1875 a una ciudad carente de una apropiada residencia para su obispo, sin un seminario y con una iglesia prioral necesitada de urgentes reformas. Tales carencias se irían subsanando en este último cuarto del siglo xix. El palacio episcopal, sobre proyecto del arquitecto Vicente Hernández Zanón, estaría terminado el 12 de septiembre de 1887, siendo ya tercer obispo-prior don José María Rancés y Villanueva, que había sucedido en 1886 a don Antonio María Cascajares y Azara. Hasta entonces la residencia del obispo fue una casa que a tal efecto se había alquilado, en el número 15 de la calle de la Azucena. El palacio episcopal de la calle de Caballeros se alzaría como uno de los más nobles edificios del Ciudad Real de la Restauración y hoy uno de los pocos que conservan la fisonomía de su pasado.

El seminario que, en sus primeros años, estuvo en una casa situada donde hoy se alza la Diputación Provincial, pronto iba a tener también una digna sede, en un amplio edificio cuyas obras comenzaron en marzo de 1882, siendo obispo Cascajares y Azara, y concluirían el 1 de octubre de 1887, coincidiendo con la terminación del palacio episcopal.

Durante el episcopado de Rancés y Villanueva se instalaron en Ciudad Real nuevas congregaciones religiosas de reciente fundación, que compensaron a las que tradicionalmente habían estado en Ciudad Real hasta la desamortización, como franciscanos, mercedarios o carmelitas descalzos. Vinieron en estos años los misioneros Hijos del Corazón de María, fundados pocos años antes por el arzobispo Antonio María Claret; las Hermanitas de los Pobres y las Hermanas de la Caridad, fundación de San Vicente de Paul, que crearían en Ciudad Real el colegio de «San José», con una larga tradición en la enseñanza femenina, tanto en los niveles populares como, especialmente, en los sectores burgueses de la ciudad.

En el viaje que Isabel II realizara a Ciudad Real en 1866 se le pidió insistentemente ayuda para reparar el templo de Santa María, futura Iglesia Prioral. Pasó el tiempo y las obras no se comenzaban. Se acometieron ya a principios de siglo, entre los años 1902 y 1904. Dos eruditos del Ciudad Real de aquellos años dejaron sendos relatos de tales obras: Rafael Ramírez de Arellano, El ayer y el hoy de la catedral, que es una relación documentada de las obras, y don Inocente Hervás y Buendía, Las obras de la Iglesia Catedral de Ciudad Real, donde en forma de diálogo enormemente retórico y grandilocuente entre un maestro de obras y un albañil se pasa revista a los diversos aspectos y etapas de aquella renovación del templo.

La junta diocesana de reparación de templos de Ciudad Real, en virtud de una Real Orden de 6 de marzo de 1902, anunció la subasta pública de dichas obras. Hubo cinco licitadores y se adjudicaron a Rufino Fernández Villegas, en la cantidad de 98.320 pesetas. Las obras se iniciaron el lunes 16 de junio con una misa oficiada por el canónigo penitenciario a la que asistieron todos los maestros y obreros que iban a tomar parte en el proyecto. Este consistió en la reparación de las cubiertas de la nave mayor, capillas y sacristía; la armadura de la torre con cubierta de pizarra, la cornisa con piedra de Novelda y el campanil de hierro; el picado y revoco de las bóvedas, de los muros y de las fachadas; el repaso de los arcos, aristas y molduras; el solado de la nave y el revestido del presbiterio; la balaustrada del presbiterio, proyectada primero en mármol y realizada por fin en hierro fundido; la verja de hierro de la capilla de Santo Tomás de Villanueva y la pintura y durados del retablo mayor.

Estas obras se realizaron durante el episcopado del cuarto prior, don Casimiro Pinera y Naredo, otro ovetense venido como canónigo con el primer obispo-prior Guisasola y. que, antes de ocupar la sede de Ciudad Real, fue obispo de Calahorra entre 1896 y 1899. Sería el primero de los obispos que moriría en Ciudad Real, en agosto de 1904. Entre sus aportaciones a la vida eclesial y asistencial de la diócesis hay que recordar el establecimiento en Ciudad Real de dos congregaciones religiosas, la Compañía de Jesús y las Siervas de María.

Cúpula de una nave lateral de la parroquia de Santa Maria del Prado (Merced)

Cúpula de una nave lateral de la parroquia de Santa Maria del Prado (Merced), con las pinturas descubiertas tras su restauración (1991).

Le sucedió un joven obispo vasco, de 34 años, don Remigio Gandásegui, que ocuparía la sede prioral hasta 1914, en que pasaría a la de Segovia para ser promovido más tarde al arzobispado de Valladolid, donde moriría en 1937. Gandásegui significó, en lo pastoral, la aplicación en la diócesis del espíritu de piedad que promovió desde el pontificado el Papa Pío X, y en lo social la iniciación de los círculos católicos con que la Iglesia intentaba aportar soluciones a la ya candente «cuestión social». Esa misma línea la continuó su secretario y luego sucesor en la diócesis don Javier Irastorza, entre cuyas fundaciones en Ciudad Real estuvo el Instituto Popular de la Concepción, establecido con un legado privado «para la enseñanza cristiana de hijos de obreros». Fue también Irastorza fundador de la Federación de Sindicatos Católicos en La Mancha. Dejaría la diócesis en 1922, promovido a obispo de Orihuela.

El obispo Esténaga

El obispo Esténaga, con un grupo de jóvenes a la salida de la parroquia de la Merced (hacia 1928).

A. F. H. N. de E.

(Legado López de la Franca)

El último obispo-prior, antes del vacío que produjo la guerra civil, fue don Narciso de Estenaga y Echevarría, un logroñés de familia alavesa, que desde 1917 era deán de la catedral primada de Toledo. Hombre de gran cultura, autor de varias obras, entre ellas una historia de la catedral toledana que no llegaría a concluir, pasó en la diócesis como un buen pastor, entre cuyas aportaciones a la vida eclesial destacó el establecimiento de la Acción Católica, siguiendo las directrices de su fundador, el Papa Pío XI. Le tocó vivir tiempos muy difíciles, en los que el equilibrio y el distanciamiento de opciones políticas por parte de la Iglesia no eran actitudes muy comunes en el contexto de una vida pública progresivamente crispada y proclive a la violencia. El obispo Estenaga fue una de las víctimas de la guerra civil, asesinado, junto con su secretario, don Julio Melgar, el 22 de agosto de 1936.

Terminada la guerra civil pasarían varios años antes de que la diócesis priorato tuviera un nuevo titular. Lo sería en diciembre de 1942 un navarro de Arlegui, don Emeterio Echeverría Barrena, hombre especialmente cordial, abierto al pueblo y de talante muy paternal, condiciones personales que le fueron rodeando de un sincero afecto por parte de todos los sectores de la sociedad, como evidenció el espontáneo duelo popular que provocó su muerte el 23 de diciembre de 1954. Su mayor empeño residió en dotar a la diócesis de un gran seminario que relevase al viejo edificio de la calle de Alarcos y tuviera capacidad y medios formativos para una demanda de futuros sacerdotes que, en aquellos años, se ofrecía especialmente numerosa y floreciente.