Ángel Ayala Alarcó

Ángel Ayala Alarcó, Ciudad Real, 01-03-1867 – Madrid, 20-02-1960. Jesuita (SI), educador, escritor.

Fue una personalidad atípica, repleta de paradojas. Jesuita especial en varios aspectos, pero muy ignaciano en su espiritualidad, ideas y métodos. Ingresó en la Compañía de Jesús con veinticinco años, casi finalizados sus estudios de Derecho y Filosofía en Deusto, tras haber cursado el bachillerato en el colegio jesuítico de Orihuela. A diferencia de sus compañeros, sus estudios constaron de bienios (lo habitual eran tres o cuatro años), en parte por su edad pero sobre todo porque su salud no le permitía más: tras el noviciado (1892-1894), hizo el juniorado (estudios clásicos) en Granada (1894-1896) y allí mismo Filosofía (1896-1898). Enseñó en el Colegio de la Orden en Villafranca de los Barros (Badajoz, 1898-1900) y más tarde cursó Teología en Oña (Burgos, 1900-1902), completando privadamente su estudio en El Puerto de Santa María (1903), año en que recibió la ordenación sacerdotal. La Tercera Probación (formación espiritual tras los estudios) la hizo en Madrid, dirigiendo a la vez la Congregación Mariana universitaria, cosa excepcional, pues en este período no es habitual dedicarse a otras tareas. Fue también atípica su forma de incorporación a la Compañía de Jesús: fue Profeso de tres votos, caso muy minoritario, reservado a quienes, sin tener grados académicos, descollaban por virtud u otras cualidades. No acaban aquí sus paradojas, pues, aunque su salud siempre fue débil, casi llegó a noventa y tres años. Fue creador fecundo de obras y con frecuencia delegó en otras personas su continuación. Sus lecturas eruditas fueron pocas, pero sus escritos rebosan inteligencia aguda y práctica.

Dentro del campo educativo y formativo sus ocupaciones principales fueron la creación de obras y la publicación de libros. Las obras —más bien grupos de obras— que creó fueron cuatro, con distinto grado de intervención en cada una: El Instituto Católico de Artes e Industrias (ICAI).

Concluida su Tercera Probación y tras dos años (1906-1908) como superior de la residencia jesuítica de la calle Zorrilla (Madrid), le nombraron rector de esta obra pedagógica polivalente que los jesuitas madrileños comenzaron en 1908. La marquesa viuda de Vallejo les entregó en 1903 dos millones de pesetas para que creasen una obra “destinada a la moralización de los obreros”. Los jesuitas le propusieron lo que sabían hacer: enseñar. Crearon una escuela de aprendices y montadores, lo que más tarde sería formación profesional y escuela de peritos. A los pocos años, por influjo del padre Pérez del Pulgar, se creó a su lado una escuela de ingenieros que asegurase la calidad de profesorado y maquinaria en la escuela de obreros. Antes los jesuitas propusieron a la marquesa la creación de un colegio de segunda enseñanza junto a la escuela de obreros. Existía ya el colegio de Chamartín, internado, y Ayala quiso crear un externado (colegio de Areneros) que llegase a más alumnos al ser más barato y permitiese a los padres implicarse en la educación de sus hijos.

Pensó también en una universidad católica, pero renunció al proyecto, pues ya era bastante novedoso lo que empezaba. Antes de que se inaugurasen ambas obras, requirió la colaboración de un jesuita (padre Joaquín Abreu) y un seglar (Mariano Bastida) y con ellos buscó en Francia inspiración para estas obras. La encontró en el Institut Catholique d’Artes et des Métiers (Lille), que inspiró el nombre de la obra nueva (Instituto Católico de Artes e Industrias, ICAI), y el carácter práctico de las enseñanzas. Ayala implantó en Areneros un plan de estudios, distinto del oficial, aunque no pudo prosperar. Pero consiguió la convivencia en el mismo edificio de obreros y estudiantes de bachillerato y el trasvase de alumnos de un centro a otro en virtud de su capacidad, al margen de su situación económica. Sólo permaneció un trienio en este centro: presiones de sectores social y políticamente conservadores consiguieron que el obispo de Madrid, Salvador y Barrera, lograse que sus superiores le destinasen fuera de Madrid. Volvió a la obra en el trienio 1919-1922.

La Asociación Católica Nacional de Jóvenes Propagandistas nació por influjo de Ayala en 1909 con la colaboración de Ángel Herrera Oria, su primer presidente.

Sobre la base de una congregación mariana, creó un grupo de seglares activos en asuntos sociales y políticos, que daban conferencias, mítines y reflotaron el diario El Debate, haciendo de él un periódico católico puntero. Del grupo nacieron varias iniciativas: Federación de Estudiantes Católicos, Instituto Social Obrero para formar líderes obreros, con casas del pueblo y sindicatos, Federación de Padres de Familia, Centro de Estudios Universitarios (CEU), Editorial Católica, Biblioteca de Autores Cristianos, etc.

Ayala tuvo que dejar a los propagandistas en 1911 y su participación en estas obras fue mediata y no tan intensa en todas. Pero la gestación de la iniciativa y el empeño en la formación de calidad, espiritual (ignaciana) y académica, son suyas.

Seminario Menor de Ciudad Real. Sacado de Madrid, en su nuevo destino concibió otra obra original: En el solar de la casa familiar, que había donado para residencia de la orden, fundó y dirigió (1911-1919) un seminario menor para futuros jesuitas. Original en su pedagogía, unía la Ratio Studiorum jesuítica con otras aportaciones modernas: pedagogía activa, abierta a muchos campos del saber y de las artes, en contacto con la naturaleza, capaz de potenciar las cualidades y habilidades de cada uno. La espiritualidad ignaciana era sólida. De él salieron vocaciones para la Compañía de Jesús y también seglares destacados.

En este período dirigió además una congregación mariana, el centro católico de obreros y una escuela obrera.

Compañía Misioneras del Sagrado Corazón. No fue su fundador pero ayudó a reflotarla cuando, a los seis meses de su fundación, el obispo de Madrid-Alcalá expulsó a la fundadora y general. Ayudó especialmente en su tarea la madre Pilar Navarro.

Ayala fue también escritor, especialmente en su edad madura, basándose en su experiencia y recuerdos.

Con sencillez, naturalidad y estilo ágil trató los temas a los que había enderezado su acción y trato personal: formación de personalidades, espiritualidad ignaciana, importancia de la educación. Recomienda a los educadores vocación, paciencia y sintonía con el mundo del educando. Cree en la libertad, en la voluntad y en el esfuerzo para educar ambas.

Piensa que la educación debe darse a todos y a la vez atender a los más capaces de influir en la sociedad.

Desde su fe cristiana es un optimista innato aunque ve la realidad: “Dios es más bueno que yo malo”.

Eminentemente práctico, valora el sentido común, aprecia lo académico y extiende su interés al arte y la naturaleza.

Además de crear obras y alentar caminos personales, Ayala ocupó cargos en la Compañía de Jesús. Se han citado algunos ya. Recién ordenado (1903) estuvo unos meses en su casa familiar de Ciudad Real, y luego en la Casa Profesa de Madrid (1921-1922). Fue maestro de novicios en Granada y Aranjuez (1922-1926), socio del provincial (1927-1928) y de nuevo superior de la residencia de Zorrilla hasta la disolución de la Compañía de Jesús en España (1932).

Continuó en Madrid durante la República y pasó la guerra en Daimiel y en una residencia de ancianos de Madrid con nombre supuesto. Tras la contienda fue de nuevo superior de una residencia jesuítica de Madrid (1939-1945) y vivió luego en el colegio de Areneros hasta su muerte.

Fue divulgador y organizador: creía en las organizaciones estables que dan continuidad a las intuiciones.

Como dice M. Revuelta, tenía mano de santo para fundar obras y dotarlas de vida y fibra para dirigir con acierto instituciones y comunidades. Fue el apóstol de la eficacia y el sentido común. Con mínimo derroche de energía (una llamada telefónica o unas líneas) conseguía mucho fruto. Aunque le interesaba “la formación de selectos” (es el título de una de sus obras), no se limitó a ellos. Dedicó tiempo a muchas personas, socorrió a necesitados (obreros sin trabajo o monjas de clausura). Detectó los problemas de su tiempo, supo elegir colaboradores, formarlos y delegar en ellos. Fue innovador y tenaz. Directamente y a través de sus colaboradores y lectores influyó mucho en la Iglesia y en la sociedad. Le concedieron la medalla de Alfonso X el Sabio.

Autor: Rafael M.ª Sanz de Diego, SI

Fuente: https://historia-hispanica.rah.es/