Conversion de la Judia Sara

La historia se sitúa en el siglo XVI cuando la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, a raíz de la cual se creó en 1725 la Hermandad, pertenecía a los monjes del Convento de los Dominicos, los cuales la sacaban en procesión la madrugada del Viernes Santo.

En la calle del Lirio, dentro de la alijama ciudadrrealeña, vivía el rico judío Efraín con su hija Sara. Ésta era de gran belleza y hermosura, poseedora de unos atractivos y penetrantes ojos. Su padre Efraín, era un conocido e importante comerciante que ejercía su oficio en las tiendas del Alcaná.

Efraín fue detenido y juzgado por la Santa Inquisición acusado de hereje por practicar cultos y oraciones judaicas. Estuvo un largo período de tiempo encerrado en un calabozo, donde murió víctima de las tormentosas prácticas que empleaba la Inquisición en sus investigaciones. Su única hija, Sara, quedó por tanto huérfana y desolada. Pero todo el sufrimiento y soledad que soportó la joven judía por la muerte de su padre, no consiguieron deslucir su natural belleza.

Un día iba Sara por la calle a paso rápido hacia su casa, en esto, se cruzó un joven cristiano, hijo de familia noble e ilustre de ésta ciudad, llamado Francisco Poblete. Era Capitán de los “Cuadrilleros de la Santa Hermandad”. Al verla, Francisco quedó prendado de los hechiceros ojos de la judía y de su inigualable belleza.

Después de varios intentos, una tarde el Capitán Poblete consiguió hablar con Sara y desde ese momento ambos quedaron cegados por la pasión amorosa. Todos los días bien entrada la noche, Poblete iba a visitar a la hermosa hebrea. Realizaba sus visitas clandestinamente debido al peligro que corría un buen cristiano a esas horas de la noche, deambulando por las calles de la judería.

Una noche y otra sin faltar ninguna, los amantes se veían a solas, evitaban ser descubiertos y ponían todo el celo necesario para no levantar sospechas. Eran conscientes del peligro que uno y otro corrían si su relación llegaba a conocimiento de la Inquisición. Serían juzgados, uno por hereje y el otro por cómplice. A pesar de todos los esfuerzos disuasorios, pronto, por el barrio del a judería empezaron a circular rumores sobre las visitas que el Capitán Poblete efectuaba a la casa de la judía. Pero aún así, su amor no se vio debilitado y las visitas nocturnas se siguieron efectuando.

A todo trance quiso el Capitán cristianos que su amante se hiciera Cristiana, pero a pesar de sus ruegos no pudo conseguirlo. Poblete insistía haciéndole ver que era la única forma de poder sobrevivir y formalizar su relación. Pero Sara una y otra vez respondía que esa era la Fe que le enseñaron sus padre, que en ella le educaron y le exponía que estaba dispuesta a complacerle en todos sus anhelos, menos a renunciar a su religión, sobre todo pensando que a su padre le sepultaron por defenderla.

Sara que en belleza y hermosura rivalizaba con las flores, continuaba cada vez más enamorada, de la misma forma era correspondida por Poblete, pero sin embargo, no había coincidencia religiosa entre el convencido cristiano y la judía Sara. Francisco Poblete, convencido del corazón sano y buenos principios de su amor, se encomendó a Nuestro Padre Jesús Nazareno que recibía culto en el Convento de los Dominicos del Compás de Santo Domingo para que intercediese en la conversión de Sara. El Convento fue construido sobre el solar donde antes estuvo la Sinagoga Mayor judía y a escasos metros de la vivienda de su amada.

La bella judía todas las noches estaba en vela junto a la reja de su ventana, toda nerviosa e impaciente, hasta que oía los pasos del Capitán Poblete que a verla venía. Así pasaron felices noches, encantadoras horas, se cruzaron ingeniosos piropos y alargaban su encuentro hasta que los primeros rayos del día amenazaban con dar en la reja de la ventana.

Poblete insistía en la conversión de Sara, pero ella permanecía firme a sus creencias y no accedía a tal solicitud, corriendo ambos el riesgo de que la inquisición al tener conocimiento de que la joven judía permanecía fiel a la religión de sus padres, podía ser procesada por hereje y a Poblete por cómplice.

Un buen día, de repente, llega una desoladora noticia, la Santa Hermandad es llamada por el Rey para que sus cuadrilleros acudan a la frontera con Andalucía, para sumarse a las tropas del Monarca en su lucha contra los musulmanes. Como un jarro de agua fría cayó la noticia sobre los amantes.

Pobrete debía partir inmediatamente para reforzar las tropas reales. El Capitán Poblete parte junto con el resto de cuadrilleros y deja sola a Sara derramando un rosario de lágrimas sobre la reja de la calle del Lirio y el alma desolada y hecha pedazos.

Al despedirse, Poblete le promete que la llevará siempre en su pensamiento y que al volver le gustaría verla cristiana, y para que le proteja en los malos momentos, le da una estampa con la efigie de Nuestro Padre Jesús Nazareno, y le dice que le rece y que tenga este regalo siempre junto a ella, que a buen seguro le ayudará a superar estos días de ausencia. Francisco Poblete, antes de marchar al frente, le comunica a su madre los amores que mantiene con la judía Sara y cuales eran sus intenciones, rogándole que acuda con frecuencia a visitarla y que cuide de ella.

El cuadrillero partió de viaje, y antes de hacerlo se encomendó a Jesús Nazareno y ofreció sus mayores sacrificios, si al volver de la contienda encontraba convertida al cristianismo a Sara. Desde el mismo momento en que Pobrete partió, Sara se sumergió en una profunda soledad, la tristeza se adueñó de ella y se fue deteriorando progresivamente su salud. La madre del Capitán la visitaba a diario, consolándola, cuidándola y dándole ánimos.

Pasaron varios meses y Sara no tuvo noticias del joven cristiano. Cada día que pasaba su salud era más precaria. Los días se hacían interminables para la judía, cuestionando a veces si había sido olvidad por el capitán y éste pensamiento le agobiaba y le hundía más si cabe. Sus ilusiones de volver a ver a Poblete junto a la reja de su casa se desvanecían.

Para Sara la vida sin Poblete ya no tenía mucho sentido. Dentro de su debilitado estado de salud llegó a pensar por momentos hacer conjuros judaicos para que Poblete volviese a su lado. Pero sin embargo, desistió de estos pensamientos y apeló a la imagen de Jesús Nazareno que el Capitán le había regalado antes de salir de viaje y que ella guardaba celosamente junto a su pecho, rezándole para que intercediese por la vuelta de Francisco Poblete. Sara manifestó un día a la madre del Capitán, que presentía la muerte, y que si esta llegaba sin ver a su hijo, le rogaba hiciese el favor de comunicarle que ella moría con el pensamiento puesto en él y que por verle, llena de Fe y convencimiento le había rezado a Nuestro Padre Jesús Nazareno.

En la primaveral noche del Jueves Santo, la procesión de Jesús Nazareno salió del Convento de Santo Domingo situado en la calle del Compás, muy próximo a la vivienda donde agonizaba la desolada hebrea. Cuando la procesión pasaba a la altura de la pequeña ventana enrejada por donde Sara se asomaba por ver si venía su amante, la venerada imagen de Jesús se paró delante de la ventana y por más intentos que hicieron por seguir adelante los que sobre sus hombros lo portaban, no pudieron arrancarlo de aquel sitio. Sara, la judía, al mirar al frente y ver a través de su ventana la imagen de Jesús Nazareno, sacó fuerzas de flaqueza, se pudo de rodillas, y mirándole a la cara le rezó, oró, se convirtió, y teniendo en la mente a Pobrete en la mente demandó piedad al Nazareno, prometiéndole, que como cristiana que ya era, si Francisco Pobrete volvía a su lado, unirían sus manos en matrimonio allí en Santo Domingo, a los pies de su imagen. Al terminar Sara de rezar ante el Nazareno, de lo más profundo de su ser exhaló un suspiro y con él entregó su alma a Dios. Sara había muerto como cristiana y ratificando su amor a Poblete. La imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno empezó a caminar lentamente alejándose de la reja de la casa donde la bella hebrea Sara había vivido, amado, convertido y muerto.

Cuando la madre del Capitán de Cuadrilleros envió la noticia a su hijo comunicándole que Sara había muerto de amor y convertida al cristianismo, Francisco Poblete sintió que algo en su interior moría, y a los pocos días en un duro combate con el ejército musulmán encontró la muerte. Desde entonces, cuenta la tradición que durante muchos años en Ciudad Real no se hablaba de otra cosa sino de la conversión de la bella judía ante Jesús Nazareno, y la parada de la imagen de la ventana donde agonizaba Sara.


Rafael Cantero Muñoz