Catalogo monumental artístico de 1917 de Ciudad Real (1)


Catálogo monumental artístico de España provincia de Ciudad Real. Madrid, 1917. Portuondo, Bernardo

CIUDAD REAL

Ya en la introducción a este estudio hemos indicado la necesidad que el pleno conocimiento de un objeto artístico implica no solo de su examen directo y de la consideración de su propia historia, sino también de la investigación y del examen del medio en que se halla enclavado y de los antecedentes y espíritu de ese mismo medio, todo, naturalmente, en sus rasgos más esenciales y significativos.

No extrañará pues que antes de abordar la reseña de monumentos de la capital de la provincia hayamos de insistir un tanto en la exposición de lo que se conoce acerca del origen de esta ciudad, espíritu que dominó en la idea de su fundación y principales elementos históricos. Lo haremos con la mayor brevedad posible; pero no omitiremos sin embargo lo esencial ni siquiera algunas concisas referencias, que aunque legendarias, dan color, vida y particular ambiente a los objetos a que se refieren.

La más atrevida afirmación tradicional remonta el origen de la capital a la existencia de una primitiva aldea llamada Puebla del Pozuelo, que dependía de Alarcos, antes de 1195, en que fue esta última destruida por los moros en la desastrosa para los cristianos batalla de su nombre.

Tiende a demostrar esa afirmación la leyenda poco verosímil en su parte del descubrimiento y milagrosas vicisitudes de la Imagen de nuestra Señora del Prado que se venera en la Catedral. De ser ciertos siguiera los hechos naturales que sirven de base a las no acreditadas maravillas legendarias, resultaría demostrada ya la existencia de la humilde aldea en 1088, puesto que en tal fecha y reinando Alfonso VI, se habría erigido la primera ermita a la imagen referida, modesto principio de la moderna Catedral. Pero sin que existan méritos para negar en absoluto en este examen de antecedentes históricos esa basee de parcial certidumbre al milagroso relato, tampoco puede desconocerse que, a falta de pruebas más completas, lo inverosímil de la parte maravillosa desautoriza bastante el resto de la narración.

Cuentan otros que, conquistadas y destruidas por los moros Alarcos y Calatrava la Vieja, quedó el país en aquella parte indefenso y asolado por las continuas correías y depredaciones de cierto género de bandidos conocidos por los Golfines. Para poner coto a sus desmanes Fernando III el Santo autorizó en 1245 a un noble de su corte llamado Don Gil para que formase, como lo hizo, tres columnas perseguidoras. Dos de ellas acamparon mandadas por los hijos de don Gil en Ventas con Peña Aguilera (Toledo), y en Talavera respectivamente; el mismo don Gil con la tercera fue a sentar sus reales en el lugar que se llamó Pozuelo de Don Gil, o Pozuelo Seco de Don Gil, lugar que no está enteramente claro que desarrollo tuviera, si existía solo en embrión, quizás como un simple caserío, lo cual parece desprenderse del tono en que a él aluden las Ordenanzas de la Santa Hermandad, aprobadas por el Consejo de Castilla en 1792, en su preámbulo, al dar cuenta de todo esto para explicar el origen que en 1245 tuvo dicha institución en esas partidas de D. Gil, o con mayor desarrollo a juzgar por el tiempo que en él se detuvieron don Fernando y su madre doña Berenguela. Hay que hacer notar, además, en cuanto al origen de esa milicia, que, de creer al erudito escritor D. Luis Delgado Merchán, al referido origen de derecho precedió la práctica de hecho y rudimentariamente de su servicio desde 25 años antes por los vecinos del casería del Pozuelo, resultando de todo ello que el origen probable del caserío datará por lo menos de principios del siglo XIII.

Más fundada que la primera, es ya esta versión sobre el origen de nuestra ciudad. La apoyan, prescindiendo de detalles, el hecho histórico (ocurrido según Mariana en 1242 y según Lafuente en 1244), de la entrevista de D. Fernando III y su madre doña Berenguela efectuada, en este lugar, que necesariamente había de tener ya algún desarrollo anterior; el mismo hecho de la fundación de la Hermandad Vieja, que no es fácil eligiese como base de operaciones un lugar despoblado y, (de ser auténtica), la inscripción que se leía en una campana de la Catedral (hoy desaparecida al refundirla); que decía fue la misma donada a la Virgen del Prado por el propio Rey D. Fernando III y llevaba la fecha 1242, lo cual, supondría cierto naciente desarrollo en la ermita y el culto en aquella fecha.

Pero de todas suertes es evidente que lo que existiera antes de don Alfonso X, hubo de ser un caserío o una aldea de poca importancia, más considerable en tiempo de Fernando III, la cual, se dice, recibió su nombre de la existencia en su centro de un pozo, que es según la opinión vulgar el que, cubierto por una chapa de hierro, con cuatro argollas, se halla hoy abierto al nivel del suelo en la Plaza del Pilar. No obstante, también como variante en este punto recuerda el Sr. Delgado Merchán, en su obra: «Historia documentada de Ciudad Real», (La Judería, la Inquisición y la Santa Hermandad). -Ciudad Real 1907-, que por el maestro de obras encargado de la reparación de la torre y otras en la Catedral a principios del siglo último se afirmó haberse hallado bajo el altar al lado de la epístola un brocal de pozo, insinuándose asi la sospecha de que aquél fuese el resto del pozuelo seco, y la situación del altar de la primitiva ermita una consagración de ese centro tradicional de la ciudad.

Ya en el terreno histórico, corresponde la fundación verdadera, con carácter de villa importante, de la ciudad que estudiamos al Rey D. Alfonso X el Sabio. Dice él mismo en la carta-puebla que: «...pues que Alarcos se ermaba que la tierra non se ermase, e quis que obiese hy una grand Villa e bona que corriesen todos por fuero e que fuesse cabesza de toda aquella tierra e mandela poblar en aquel lugar que dicen el Pozuelo de D. Gil». Llamóla Villa-Real en la misma carta-puebla (notabilísima como base de todo estudio en la materia), que está expedida en Burgos a 20 de febrero de 1255, (era de 1293). En ella también se le señala como escudo su imagen sedente rodeada de torres. Finalmente por Fuero le concedió el de la ciudad de Cuenca (más conocido por este nombre, aunque hay quien cree que primero fue otorgado a Teruel), a los plebeyos, y las franquicias e inmunidades de los caballeros Toledanos a los hidalgos. Fuero y privilegios son quizás los más notables e importantes de la Edad Media; el primero por la extensión jurídica que abarca y por la autoridad que alcanzó, y el segundo por la inmunidad grandísima que ofrecía a los nobles, causa en parte de la preferencia que más adelante mostraron muchos caballeros de la Orden de Calatrava por residir en Villa-Real. Preténdese por algunos, aunque sin fundamento alguno serio y hoy aceptable, que la fundación de Villa-Real obedeció en la mente de Alfonso el Sabio al propósito de establecer un baluarte, punto de apoyo para las empresas contra los moros y a miras de defensa contra estos; pues en realidad es ya evidente que endió el Monarca a establecer en el seno de los vastos territorios de las Ordenes Militares, y especialmente de la de Calatrava, una población independiente de ellas, fiel al poder Real, y lo bastante fuerte para servir de base a sus propósitos de contrapesar y poner algún límite al poderío inmenso que ya iban adquiriendo aquellas instituciones, si utilísimas para combatir a los musulmanes, peligrosas y amenazadoras para la Corona misma.

No resultaba ya Villa Real tan próxima a la frontera, ni con las condiciones estratégicas propias para aquella finalidad defensiva que se le atribuye contra la morisma por cuanto, de un lado ya Fernando III había llevado sus conquistas a Córdoba y Jaén, y Alfonso VIII en Las Navas arrojado nuevamente a los moros a Andalucía; y de otro la situación llana de Ciudad Real era poco estratégica, no revelando tampoco esa condición en grado suficiente las murallas que la rodean; y por último es notorio que llenaban cumplidamente aquél fin los numerosos fuertes por toda la región multiplicados y la nunca desmentida fidelidad de las nobles milicias religiosas al espíritu de su institución, que no fue otro que ese mismo de combatir a la morisma y detener su avance. El propio don Alfonso revela su propósito al decir en la carta-puebla que quería que la «grand villa» fuese cabeza de toda aquella tierra, lo cual, al ser la villa de realengo demostraba bien la idea de sobreponer el poder Real al de las Ordenes en dicha tierra imperante. Todas esas razones particulares y la política general de los Reyes en la Edad Media, consistente en buscar la ponderación de fuerza entre los brazos del Estado, contrastando el poderío de la nobleza y clero mediante el apoyo al estado llano, al que vigorizaban para su servicio con la erección y desarrollo de estas villas, abonan nuestra hipótesis, casi unánimemente aceptada hoy respecto al fin que se propuso el Rey Sabio.

Con esas ideas fundó ya la población D. Alfonso toda ella en forma de extensa plaza lo suficientemente fuerte para ayudar a la defensa del poder Real, como lo hizo en la época de los Reyes Católicos, con sus murallas, aunque no muy sólidas, a excepción de la parte más robusta en la Puerta de Toledo, terminada con posterioridad a su reinado, pero proyectada por él mismo. Y para engrandecerla convirtió la antigua y pobre ermita en Iglesia del Prado, y construyó su propio Alcázar. Por esa misma política multiplicaron él y sus sucesores los privilegios mostrando siempre a la villa su favor; ayudándola con frecuencia contra la Orden misma de Calatrava; y no consintiendo nunca sino transitoriamente, el separarla de la Corona. Igual adhesión se ve en la villa respecto de los Monarcas, salvo en tiempo de D. Pedro el Cruel, y esto por que dicho Rey quiso imponer como Maestre de Calatrava a un descendiente de don Gutierre de Padilla, el más enemigo de Villa-Real entre todos los Maestres. Brilla sobre todo esa adhesión en dos ocasiones: cuando libraron a D. Juan II sitiado en el Castillo de Montalbán por el Maestre de la Orden, lo que le valió a la villa el título de «muy noble y muy leal Ciudad de Ciudad Real» (1420); y cuando los Reyes Católicos mantuvieron su lucha con Portugal a causa de las pretensiones de la Beltraneja a la Corona, en la que contuvo Ciudad Real, a la Orden, partidaria de aquella, lo bastante para que, si bien vencida la ciudad por el Maestre, lograra con el auxilio que los Reyes le enviaron derrotarle luego, en premio de lo cual los Reyes dispusieron la reparación de las murallas con otras mercedes.

No menos importante, como característica de la historia toda de nuestra Ciudad en sus primeros siglos, es la enemiga de la misma Orden centra ella, que, aún después de incorporado su Maestrazgo a la Corona por los Reyes Católicos, de acuerdo con el Pontífice, requirió constantes esfuerzos de los Monarcas, no siempre eficaces, para evitar choques sangrientos primero y jurídicos más tarde. Veía, en efecto, Calatrava en la lealtad de la villa al Rey; en su ¡independencia y esfuerzo (bien demostrados al formar su Hermandad con los vecinos de Toledo para defender en común sus libertades, tomando como consigna juramentada el hermoso compromiso condensado en aquellas palabras tan sencillas como enérgicas y elevadas de: ano darse jamás a ningún hombre poderoso»), y en su rápido engrandecimiento otros tantos motivos de inseguridad y mengua de su poder y ejemplo pernicioso al mantenimiento de su férrea disciplina y a la sumisión de sus vasallos.

De ahí las continuas disensiones entre la Villa y la Orden. Atizaba esta malquerencia la necesidad que los de Villa Real tenían, mediante la autorización Real, de buscar leñas, pastos y otros elementos de vida más allá de sus estrechos límites, o sea en los territorios de su adusta enemiga, la cual extremaba su oposición mediante el empleo de todas las violencias y argucias imaginables. A ello respondía Villa Real con crueles represalias; y las peripecias de la lucha forman casi la historia de la Ciudad. Muchos fueron los episodios de esta discordia, en la que con frecuencia sucumbió y fue destruida varias veces Miguelturra, villa colocada por Calatrava a las mismas puertas de Villa Real con objeto de contribuir a su primer propósito de anularla. (Interesante episodio, que pinta lo que eran estos enconos, es la leyenda que conmemoraban no hace mucho unos trozos de cruz de piedra en las afueras de la Ciudad hacia la puerta de Alarcos, a cuya cruz se daba el nombre de Cruz de los casados. Entre los defensores del Maestre de Calatrava Garci López de Padilla, derrotado por los Villarealengos hallábase Alvar Gómez de Piedrabuena vecino acaudalado de Miguelturra que, al regresar después de la batalla a su lugar, encontró asesinado a su padre, deshonradas a sus hermanas y su hacienda destruida. Juró vengarse de los Villarealengos y especialmente de Remondo Núñez, del Pozuelo, que los había capitaneado en el saqueo de Miguelturra, y en este odio crió a sus hijos a los cuales tomaba juramento cada año en el aniversario de su desgracia; pero el primogénito Sancho, enamorado de Blanca, hija de Remondo, no ponía igual resolución en la promesa. Ignoraban los padres estos amores, mientras los respectivos vecindarios deseaban la boda de los novios como medio de reconciliarse. Apiadado de la desgracia de los amantes y temeroso de un rapto Fray Ambrosio, Prior de los Franciscanos de Villa Real, intervino en el conflicto para pedir su venia a los padres; negáronse ambos y Fray Ambrosio, que había logrado alejar a Sancho durante una tregua, tuvo que aconsejar la huída previa la boda de los novios. Salió Blanca de Villa Real por la puerta de Alarcos, y reunidos en el Humilladero los unió Fray Ambrosio. A punto de emprender la fuga se presentó con gente armada Remondo en persecución de su hija. Se interpuso Fray Ambrosio, pero Remondo ciego de furor traspasándole con la espada el hábito fue a matar a Blanca que se amparaba detrás de él. Sancho quiso vengar aquella muerte y al acometer a Remondo cayó atravesado por las lanzas de los que éste capitaneba. Al día siguiente los vecinos de Villa Real colocaron la cruz llamada de los casados en el Humilladero. (R. de Arellano)

No entra en la índole y necesidades de este trabajo prolongar más ni dar extensión con mayores detalles a los antecedentes históricos que, solo como rasgos sintéticos vamos trazando de la Ciudad y de sus pobladores. Recordaremos pues para concluir esta exposición que fueron los elementos esenciales en el desarrollo de la Ciudad, existiendo y desenvolviéndose en ella coetáneamente los cristianos, los judíos y los moriscos. Cuanto a los judíos, cristianos viejos y conversos interesa muy particularmente el estudio de sus múltiples discordias (En ellas son episodios culminantes las matanzas de judíos como consecuencia de la iniciada en Sevilla el Miércoles de Ceniza, 15 de Marzo de 1391, y la asonada o motín de los conversos en 1448), que fueron causa muy principal del establecimiento de la Inquisición, que fue instaurada en Ciudad Real por los Reyes Católicos, aunque solo duró dos años de 1483 a 1485; y en cuanto a los moriscos fueron los verdaderos agricultores del territorio, y con su expulsión en tiempo de Felipe III padeció grandemente el desenvolvimiento y riqueza de la población, pues se sostuvo por el Ayuntamiento que llegaron a cinco mil los expulsados, es decir, casi la mitad de los habitantes, aunque el censo que oficialmente se formó solo acusaba 1.580 individuos expulsados. El estudio más detallado de la situación y desarrollo de estos elementos sociales, puede eliminar dudas que hoy existen en relación con el lugar que ocupase el Tribunal del Santo Oficio, con la prioridad relativa de las Iglesias más antiguas de la capital, y tantas otras cuestiones interesantes.

Como queda indicado se hallaba la población rodeada de murallas, que casi pueden calificarse de cerco, pues lo más de ellas es mampostería y ladrillo, y en parte solo piedra a juzgar por los restos hoy existentes y los que no hace mucho desaparecieron en sucesivos aprovechamientos y demoliciones. La más importante fue llevada a cabo para rellenar con los materiales el pantano de los Terreros, foco de miasmas e insalubridad cuya extinción aún se recuerda en la localidad como obra meritísima. La más antigua cuenta de esas obras de fortificación que se conserva en el Archivo Municipal data de 1297. Los trozos inmediatos a la Puerta de Toledo de esas murallas, según se ven, demuestra ser esta la parte más sólida de las mismas, y tendrá unos tres metros de espesor. Estuvieron las cortinas de los muros enlazadas por torres que se han hecho ascender por algunos en número a 130; solo quedan pocas en parte de piedra y en parte de ladrillo y mampostería bastante deterioradas las más. Abríanse únicamente primero en la muralla, hasta acabar el reinado de Felipe II (1598), la Puerta de Toledo y el Postigo de Santa María. La de Alarcos, también de las antiguas lo era menos; se componía de un simple arco con el escudo de España entre dos Reyes de armas que, según don Inocente Hervás, por su indumentaria parecían corresponder a la época de Felipe III (3). La Puerta de Toledo (láminas 24 y 26) hoy existente se halla maravillosamente descrita en el informe que, por encargo de la Comisión provincial de Monumentos, redactó don Casimiro Piñera, Prelado de la diócesis; lo inserta íntegro en su copioso y notable Diccionario Geográfico, histórico, biográfico y bibliográfico de la provincia don Inocente Hervás y Buendía, uno de los más pacientes y entusiastas investigadores de cuantos antecedentes a la provincia se refieren, y sobre todo en este orden de estudios al que consagró su vida, y cuyos apuntes han sido tenidos muy en cuenta como punto de partida para las investigaciones, comprobaciones y redacción de muchos lugares de este trabajo. Debidamente comprobada su exactitud en presencia del monumento extractamos a continuación dicha reseña:

«Componen la puerta seis arcos de esbelta y variada forma, flanqueados por dos fuertes torreones de planta rectangular de doce metros de altura por cuatro de frente; su fábrica es de mampostería gruesa en los lienzos y de sillares en los ángulos, esquinas y arcos, y la piedra es caliza de la localidad; debió estar coronada de almenas, aunque hoy le faltan. Los seis arcos van de uno a otro torreón, tres hacia el campo y tres hacia la ciudad, formando parejas los dos del centro, los dos de los extremos, y los dos intermedios, combinación verdaderamente armónica y bella. La pareja de arcos exteriores es de estilo ojival del segundo período en sus comienzos, y figura apoyarse en columnas de alto relieve adosadas a los muros laterales de los que arrancan a unos cuatro metros del suelo con fustes cilíndricos y capiteles cónicos exornados de hojas de vid; su clave va a una altura de 9 metros del suelo. Aparecen estos arcos ligeros atrevidos, gallardos y gentiles. Los dos intermedios son de herradura, más pequeños y del primer período de la arquitectura árabe; descansan sobre pilastras empotradas en los muros y coronadas de impostas. Esta asociación de arcos parece responder a lo doble raza de cristianos y mudéjares que formaban el núcleo de la población. Los del centro son góticos del mismo vano; se hallan separados de los anteriores por recintos casi cuadrados comprendidos entre los frontones de los arcos y los muros internos de los torreones laterales. Llevan esos recintos a la altura de ocho metros del suelo un triple bocel que bifurcándose en los ángulos y trepando por la parte superior de los muros los corona de arcos ojivales y cruzando en sentido diagonal da origen a los nervios de las bóvedas cerradas por claves en forma de disco. En el primero de estos recintos hacia la ciudad, al costado se observa, aunque cegado actualmente, a la derecha según se sale un estrecho postigo también apuntado que por medio de una escalerilla daba acceso al adarve. Los dos arcos góticos de reducido espesor en el centro solo están separados por una estrecha ranura abierta entre los dos torreones por donde encajaba el rastrillo. No existe ya éste ni el portón, pero si huellas en los torreones hacia el campo de los encajes por dentro del arco exterior de herradura. Sobre la clave de ese arco mudéjar hállase esculpido en piedra un escudo con castillos y leones, y en el lado de la ciudad, a la misma altura una lápida de piedra de poco más de un metro de alta por unos 65 centímetros de ancha y en ella en grandes caracteres de letra monacal, borrosos unos y otros destruidos está gravada la inscripción, cuyo texto latino y versión castellana van a continuación:

VISITA, QUOESUMUS DOMINE, HABITATIONEM ISTAM ET OMNES INSIDIAS INIMICI AB EA LONGE REPELLE: ANGELI TUI SANCTI HABITANTES IN EA NOS IN PACE CUSTODIANT; ET BENEDICTIO TUA SIT SUPER NOS SEMPER. SALVA NOS OMNIPOTENS DEUS,

ET LUCEM TUAM NOBIS CONCEDE PERPETUAM, DOMINUM NSTRUM JESUM CHRISTUM, FILIUM TUUAM. AGTUM (ACTUM) EST HOC ERA MCCCLXVI, REGNANTE DOMINO ALFONSO, ILUSTRISIMO REGE.

Versión Castellana

Visita, oh Señor, te lo rogamos, esta morada, y aparta de ella todas las asechanzas del enemigo; tus Santos Angeles nos guarden en paz a los que habitamos en ella; y tu bendición sea siempre sobre nosotros. Sálvanos oh Dios Omnipotente, y concédenos tu eterna luz, Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Fue hecho esto en la Era de mil trescientos sesenta y seis, reinando el señor don Alfonso, Rey ilustrísimo.

El texto y versión de la lápida con su facsímil lo inserta en su ya citada obra el Sr. Merchán.

Fue construida la puerta en la Era de 1366, (año 1328), reinando Alfonso XI. Cree el informante que pudo esta puerta fortificada ser construida, a más de su fin defensivo, como monumento de gratitud a los Reyes. En otro aspecto convenimos con el informe en que recuerda un tanto la célebre Puerta del Sol de Toledo, no obstante las diferencias de estilo entre el mudéjar a base de árabe sevillano en esta última y el de transición de los períodos primero al segundo del estilo ojival, con la influencia mudéjar ya explicada, a que corresponde la primera, y la diversidad que no regatearnos, de mérito artístico. Se refiere la analogía al número y distribución de los arcos y ornamentos y algunos rasgos, que hacen pensar si, aún sin el propósito de copiarla, pudo el autor de esta puerta tener presente la tan notable de la imperial Ciudad. Es verdaderamente hermosa esta puerta de Ciudad Real, declarada hoy, como queda dicho, monumento nacional, por la sencillez proporción y armonía de sus elementos; la esbeltez, elegancia y variedad de sus arcos; y la severa nobleza y altivez de su conjunto, en el cual, sin embargo, moderan toda rudeza y sequedad las formas más delicadas y menos viriles de sus elementos arábigos. Cuadra bien con el carácter y recuerdos históricos de los dos pueblos allí amalgamados; sencillo, sobrio, grave y pobre el cristiano, a la vez que noble, leal y recio defensor de su independencia, y más suave y refinado el morisco. Es un monumento bello, sabia y poderosamente expresivo, y de oportuna y exacta espiritualidad.

Posteriores fueron las puertas de Miguelturra o Granada y de la Mata, a ambos lados del Alcázar que construyó Alfonso X, hoy desaparecido, Solo queda de él un arco de puerta ojival destacado hacia el interior de la Ciudad, acorta distancia de los restos de la muralla en la que el Palacio se apoyaba. Las dovelas del arco tienen el frente liso y vertical, lo que le da una sencillez extrema. Su único adorno es un bocel cuyo saliente bordea el arco, próximo a la arista externa del intradós, interrumpiendo la estrecha línea del bocel unas piedras algo más gruesas y salientes, dos en la parte superior y otras dos promediando las descendentes. Sobre estas piedras o pequeños sillarejos, bien pudieron estar tallados como se dice, unos castillos y cabezas de leones formando parejas, como signos heráldicos de don Alfonso el Sabio; pero lo cierto es que en su estado actual no puede afirmarse sino en razón a su verosimilitud por no llevar rastro de otro blasón la puerta. El arco no es nada estrecho en su vano, al contrario de lo que era más general en el siglo XIII, al que corresponde. Se halla asentado sobre fuertes y bajos machones laterales y por la espalda forma un recinto más alto que su clave cubierto por una bovedilla rebajada. Se sabe que el Alcázar estaba ya terminado en 1275, a la muerte de don Fernando, primogénito del Rey Alfonso; en él estuvo don Sancho su hijo segundo. Fue ensanchado el Alcázar por doña Juana de Portugal mujer de Enrique IV, con una torre más; y luego cedido por los Reyes Católicos en 1475 a un vecino de Ciudad Real que entró en propiedad particular, y en ella siguen los restos en un solar o huerto perteneciente al Marqués de Villamediana. También existía de principios del siglo XVII la puerta de la Ciruela (antes Cihiruela), que se hallaba al terminar la calle de ese nombre (hoy de Alfonso X), e inmediata a la estación del ferrocarril. Se abría esta puerta después de su restauración, entre dos torreones unidos por un muro o cortina determinado por ménsulas y almenas que se apoyaban en pequeños arcos de medio punto; el arco que formaba la puerta se apoyaba sobre impostas o arranques entallados de rudo follage, y en sus enjutas o tímpanos había dos medallones. La traza y dirección de la restauración de esta puerta fue debida a los arquitectos Cirilo y Antonino Vara y Soria. Otras puertas, menos significadas ya, fueron las del Carmen y Calatrava (2). De todas las reseñadas solo existe hoy la de Toledo, bastante bien conservada por fortuna.

En la plaza principal de la Ciudad a un extremo se ve la antigua Casa Consistorial del año 1619, poco elevada, apoyando el cuerpo alto de su fachada provista de un gran balcón de hierro muy típico que sustituyó en 1741 al antiguo corredor de madera que cubría la fachada, sobre un dilatado arco de mampostería que arranca de muy bajos estribos, dando entrada a la galería cubierta, bordeada de columnas de hierro que rodea la plaza. El edificio en su parte antigua, pues ofrece otra restaurada en 1864, tiene algún carácter y lleva lápida de construcción. El resto de las fachadas, todas idénticas por obra del Municipio en 1728, es una continuación de monótonas hiladas de pequeñas ventanas y balcones, a excepción del frente que mira al Norte en el que se muestra el moderno y algo suntuoso Ayuntamiento, obra de 1869, con fachada neo-clásica, aunque no desagradable, de vulgar simetría.

En el vestíbulo del edificio se conserva haciendo pareja con otro más moderno escudo de la monarquía, el que de la ciudad se talló en tiempos de los Reyes Católicos; es interesante y aunque no sin alguna rudeza para el relativo adelanto de su época, está por otra parte bien trabajado si se atiende al material, que es de tosca y dura piedra. Representa al Rey Sabio sentado en su sitial con cetro y corona bajo un arco de medio punto de bien marcado dovelaje apoyado sobre dos columnas corintias. En sus costados figuran en media perspectiva, también de relieve, diversos edificios. Va encerrado todo a guisa de marco exterior, en las murallas y torres de la Ciudad formando perímetro octogonal. Afea esta obra, que es muy agradable por su talla ingenua y expresiva, el habérsela posteriormente pintarrajeado en rojo, amarillo, oro y gris, cuyos tintes todos muy deteriorados y deslucidos perjudican grandemente al objeto.

En el centro de la plaza hubo una fuente erigida a Hernán Pérez del Pulgar, el célebre guerrero de la localidad. Luego se llevó a la plaza del Pilar, y por fin se desmontó, guardándose en el Ayuntamiento las lápidas que la dedicaban en el Salón de Sesiones.

Existen en la localidad tres Iglesias notables: Santa María del Prado, hoy Catedral, y las parroquias de San Pedro y Santiago, que vamos a reseñar:

SANTA MARTA DEL PRADO

Fue parroquia y es hoy la Catedral. Está situada en la plaza del Prado. Inagotable ha sido la controversia e infinitas las razones de las partes contrarias, alegadas con inusitada pasión y empeño, tratando de precisar la antigüedad respectiva y preeminencia entre las tres parroquias de la población. Resuelta la cuestión en cuanto a preeminencia actual, con la declaración de Catedral a favor de Santa María, no se ha logrado resolver con certeza ni la antigüedad relativa del carácter parroquial ni la arquitectónica de los templos. Al estudiar más adelante la parroquia de Santiago damos cuenta de las conjeturas que nos parecen más verosímiles en esta oscura maieria. Parece, tratando ahora de la Catedral, que de tiempos anteriores a Alfonso X hubo una ermita cuando la población era poco más que un caserío; pero de esa ermita, que por su época hubo de ser de estilo románico y desde luego, modestísima, nada queda ya. Sin duda la modificación fue una verdadera reconstrucción el convertirse en Iglesia en tiempos de D. Alfonso o poco después. A esta nueva Iglesia pudo pertenecer la actual puerta del Perdón, ya que en su arco ojival algo tosco se advierten reminiscencias románicas, lo cual acusa ser obra quizás de aquel siglo XIII en que tuvo lugar la fundación histórica de la Ciudad.

Esta iglesia ha sido luego ampliada, reedificada y completada en distintas épocas; primeramente según se dice, en la torre antigua que fue modificada en tiempo de los Reyes Católicos (Delgado Merchán, obra citada, nota a la página 76); y luego desde la licencia de reedificación del Cardenal Astorga (1531), (Hervás) hasta la terminación de la torre actual, en 1825 según unos y 1840 según otros, con las reconstrucciones y adiciones en el siglo XVI del imafronte y antiguas portadas del Norte y Mediodía, botarel próximo a la puerta del Mediodía y Sacristía Vieja; y con algunos pequeños detalles del siglo XVII sin contar las recientes obras de principios del presente siglo (cubierta de la torre, portadas laterales actuales, adorno de las capillas y ventanas de! ábside, pavimento y revoque general). Como se ve es esta Iglesia un verdadero conglomerado de labores de distintas épocas y podemos adelantar que poco afortunada en las reparaciones y restauraciones sufridas, particularmente en las más recientes. De la primitiva del siglo XIII no queda nacía, como no sea la puerta del Perdón. La arquitectura del templo se comparte entre los estilos gótico decadente y Renacimiento. Antiguamente dominaba el primero; pero hoy están más equilibrados. Consta de una sola nave de grandes y hermosas proporciones, sobre todo en elevación, terminando en el ábside. Va cubierta por una bóveda ojival que por la anchura del vano y la altura a que se encuentra, resulta de atrevida, grandiosa y robusta apariencia; consta esta bóveda de cinco tramos ornados de crucería, cuya complicación en general resulta aumentada según se avanza hacia el crucero; en el último tramo, o sea el absidal, prolongadas las aristas verticales del ábside poligonal se bifurcan en triples nervios que se combinan yendo a concurrir radiálmente al centro del cascarón en el arranque de una piña dorada descenderte, dejando entre los grupos de nervios inmediatos huecos o compartimentos en forma estrellada. El conjunto constituye una ornamentación sencilla y agradable. Las dos bóvedas inferiores las cerró Antonio Fernández de Ecija, autor de todas, en 1500 y la tercera en 1514. Estas fechas indicadas por Quadrado con referencia a una inscripción que en las mismas bóvedas se hallaba, y que no hemos podido comprobar por haberse recubierto con motivo del blanqueo de la iglesia, son, sin embargo, contradichas por don Inocente Hervas, que afirma, refiriéndose a la misma inscripción, que se concluyeron en 1580. La cubierta del tejado y su armadura se colocó en el año 1764. Por lo atrevido de la bóveda dada su anchura y elevación fue preciso para contrrestar el excesivo empuje en 1640 la construcción de sólidos estribos.

Entre los huecos del templo, y aparte de algunas ventanas que hubo al exterior en los muros laterales y de las cuales aún se ven restos de una, cegada y empotrada, con la fecha de 1632, en la capilla del lado de la epístola (Al rasgar el muro para dar entrada a la nueva capilla del Corazón de Jesús (de que más adelante tratamos), se descubrieron tres ventanas góticas colocadas a igual altura, simétricas, exornadas con sencillas molduras y guarnecidas con cuadrifolios por el interior de la ojiva, correspondiendo todas ellas a la fachada que mira al Prado. Al abrirse después la portada del Mediodía apareció otra siendo descubierta la última junto al sitio que ocupa el órgano. En la fachada de Poniente en el centro del lienzo se descubrió también un rosetón circular con el mismo guarnecido interior que las ventanas dejando 7 vanos para dar paso a la luz, quizás estuvo debajo la puerta del Perdón hoy algo cambiada de lugar. (Ramírez de Arellano citado por Hervás)), tuvo el ábside antiguamente abiertos en sus cinco muros o caras laterales otros tantos grandísimos ventanales con cinco parteluces cada uno. Hoy solo quedan practicables los dos extremos de los lados habiéndose cerrado los tres centrales, cubiertos interiormente a demás por el retablo mayor. Los dos que quedan han perdido los parteluces y las labores de su ojiva, que parece eran bellísimas, quedando reducidos a inmensos huecos ojivales cubiertos de vidrieras de una frialdad y desnudez excesivas. Respecto de los huecos cegados por entre el estuco exterior se ven los antiguos parteluces, y antes podía adivinarse por encima del retablo, y en el mismo exterior, al decir de Ramírez de Arellano, por entre los desconchados, unas finísimas labores de ojiva rotativa semejantes a las del ojo del Buey del imafronte de San Pedro; hoy no se perciben ya, con la reparación del desperfecto, esos restos de tracería.

Perdida ya su bella y calada ornamentación, estos huecos resultan, como queda dicho, más utilitarios que artísticos por excesivamente grandes y secos; dan demasiada claridad y carecen de la ornamentación y la penumbra característica en el estilo de estos huecos y adoptada por los grandes arquitectos de la época de modo constante. Parece ser que se fundamenta tan sensible alteración en el mal estado de las suprimidas tracerías, sin justificarse que no hubieran sido las mismas objeto de una inteligente reparación o restauración, privándose a la Catedral de uno de los principales rasgos de su propia fisonomía artística.

Lleva por último entre sus huecos el templo sobre el antiguo coro a los pies de la nave un gran rosetón lobulado, elegante y sencillo, pero cuyo estilo parece haber sido modificado, afirmándose que era en todo semejante y come gemelo del de Santa María de Alarcos. (Hervás).

El antiguo coro de mampostería elevado a los pies de la nave, debajo del rosetón citado, fue hecho por el propio Fernández de Ecija en 1551- Hoy solo se halla en él instalado el órgano, de dimensiones proporcionadas al templo, por haberse trasladado la sillería y demás enseres al presbiterio donde actualmente está instalado. Esta sillería es de nogal bien tallado con algunas sillas y adornos restaurados y nuevos. La ornamentación es de columnas salomónicas con racimos y hojas de vid y adornadas van las cornisas en el gusto, no recargado aún de Churriguera, todo lo cual demuestra que debe pertenecer a la primera mitad del siglo XVIII. Lleva agregado después en su parte superior, a guisa de galería en toda su extensión, un santoral en escayola con las columnas de orden compuesto y pintado de nogalina, muy inferior a la sillería, la cual sin ser cosa excepcional tiene indudablemente belleza artística nada escasa.

Inmediato al presbiterio estuvo un artístico púlpito, que desapareció de allí por donación del Cabildo a la capilla del asilo de las Hermanitas de los pobres. Es, según lo describe Hervás de forma poligonal y estilo Renacimiento; ostenta en sus tableros a los cuatro Evangelistas con los respectivos atributos en bajo relieve; lleva en las cornisas molduras de muy buen gusto; y remata en una ménsula a modo de capitel circular, que va superpuesta a otra mensulita más pequeña, todo ricamente adornado.

PUERTAS Y PORTADAS.-La Puerta del Perdón (lámina 30) por muchos se suele considerar como del siglo XIII, atendiendo ya a su idea de haber sido la que dio entrada a la iglesia ampliada por Alfonso el Sabio, ya a que sus resabios románicos (pilastras en vez de columnas en los estribos del arco, parte de la ornamentación de las archivoltas y cierta tosquedad en toda la obra), así perecen indicarlo. No obstante la amplitud del vano del arco ojiva], algo obtuso, sería más aplicable quizás al siglo XIV, debiendo atribuirse entonces la tosquedad de la obra al atraso de la región, tan nuevamente fundarla y por tanto tiempo teatro cale continuas y rigurosas luchas; en la que el gusto bizantino por esas mismas razones, daría en desaparecer; y en cuanto a que fuese la portada de den Alfonso el Sabio, pudo muy bien ocurrir que en vida suya se proyectase y solo se terminase después (como ocurrió con la puerta de Toledo), con la modificación propia de la época de construcción efectiva- De todas suertes debe ser de fin del siglo XIII o principios del XIV- La impresión que produce es grata por su misma

tosca ingenuidad y por ser lo único de la primera época de esta iglesia que se conserva con carácter secular. Se halla cubierta por una verja moderna y abre a una estrecha calle. No fue sin embargo este su emplazamiento primitivo, por cuanto resulta muy débil para soportar la pesada fábrica del imafronte, lo cual exigió la construcción de un arco superior de refuerzo visible en esta fachada; y además porque es fácil observar que las dovelas del arco de la puerta han sufrido completo trastorno en su colocación, según se ve por la agrupación cambiada y en completo desorden de las toscas carátulas y crucíferas que adornan las archivoltas.

Hay otras dos portadas al Norte y Mediodía o sea a los costados de la Iglesia, y en la parte inferior de la nave. La del Mediodía o del Prado era antes de estilo ojival decadente y estaba formada de un arco adintelado encerrado en otro redondo, y éste, a su vez en un cornucopio que terminaba en un topo de grandes hojas de cardo; el tímpano relleno tenía en el centro una imagen en piedra de la Virgen, y a los lados sendas macetas de flores con azucenas, que son las armas de la parroquia; en el tímpano del cornucopio se veían las armas de San Francisco, lo cual induce a creer que se hizo a expensas de la Orden, o por lo menos con su ayuda. Esta portada estaba encajonada, por decirlo así, entre un gran botarel que rodea el primitivo, siendo el actual de la misma construcción y fecha que la del imafronte, y la Sacristía Vieja, obra del siglo XVI. La del Norte, de principios del siglo XVI tenía un arco ojival conteniendo otra adintelado y flanqueados ambos por graciosos pináculos. Toda la ornamentación estaba encerrada en un robustísimo arco saliente, construido para fortaleza del templo, y que debía ser de la misma época que el principio de la torre actual (Siglo XVI).

Hoy día desgraciadamente en las últimas obras de esta iglesia a tan interesantes portadas han sustituido el lamentable pórtico del Mediodía y la insignificante puerta ojival del Norte. Por si en algo pudiese repararse lo hecho, y, en todo caso, para que pueda tenerse en cuenta en el estudio crítico, y para la educación estética, buena será examinar ligeramente los errores que en esas obras se aprecian. Los arcos (ojiva estrecha), de las nuevas puertas sobre la nave, lo mismo que los de ingreso a las dos capillas del templo, entrañan indudable anacronismo, y quebrantan los principios que, a nuestro juicio, deben presidir a toda obra de reparación, sustitución o adición nueva en los monumentos arqueológicos. Entendemos, en efecto, que, siendo esos monumentos páginas históricas tanto como artísticas, es preciso ante todo respetar la integridad de su u expresión y formas y dentro de ellas atender a su belleza artística. Si, pues, las antiguas portadas no pudieron conservarse, debieron en nuestra opinión reproducirse exactamente, y si esto hubiera sido imposible, respetar el estilo dominante, y, en su defecto, el último que en el templo se imprimió por las antiguas generaciones que eran el ojival terciario o decadente y su transición al Renacimiento; y es claro que en estos estilos no corresponde emplear sino ojivas obtusas, deformadas o arcos de medio punto y sus derivaciones, que era precisamente los que, con tanto acierto, constituían lindamente combinados las anteriores portadas. Y en cuanto a las entradas de las capillas aumenta el anacronismo al mezclar la ojiva estrecha propia de períodos anteriores y más especialmente aplicada por razones de defensa entre otras a las obras de guerra, con el gallete típico flamigero, en una iglesia. Unicamente hubiera tenido atenuante a nuestro entender en las capillas, el apartarse del estilo dominante o último del edificio para dejar en él la huella del paso de un nuevo verdadero estilo, (no entendiendo por tal la mezcla abigarrada que modernamente trata, hasta ahora sin éxito de crear uno que refleje la época actual), o para incorporar a la obra una evidente muestra de alta belleza artística, que publicase la grandeza de su tiempo y autor en este aspecto, avalorando y no complicando arbitrariamente y sin gusto la estructura de aquel legado de los siglos. Desgraciadamente también al anacronismo histórico acompaña la deficiencia artística, pues el adorno de las puertas y sus recintos o vestíbulos es pobre y anodino, y sobre todo el pórtico de la del Mediodía es de una pobreza de concepción y banalidad extraordinaria. Es del Renacimiento y lo forma un arco de medio punto que por su tamaño y por su desnudez y poca distancia de su clave a la imposta superior ya aparece como desproporcionadamente grande y desairado. Encuadrado por medias pilastras con la mencionada imposta corrida por encima, todo pobre y seco en extremo, remata en un ático cuya forma y elevación dan a la obra un desarrollo predominante en sentido vertical, contrario en nuestro sentir a lo que hubiera convenido tanto al predominio horizontal, que es propio de las formas greco-romanas como a la armonía de la fachada. Compárese con la forma y proporciones de la ventana de la Sacristía Vieja (lámina 32) que se halla inmediata al pórtico y se apreciarán los enunciados defectos de éste. Presenta dicho ático un escudo con las cruces de las Ordenes Militares en sus cuarteles. Todo el pórtico va rutinariamente exornado y su color blanco, le hace contrastar muy lastimosamente con la fábrica antigua que lo rodea. De la misma vulgaridad adolece el adorno de los arcos de entrada a las capillas, en cuyos gabletes las cornisas, calados, pináculos y tope son de lo más común y visto en el estilo.

Para terminar con las puertas, hay que lamentar también la desaparición de los canceles que las completaban en el interior. Eran una bella obra de carpintería, según se aprecia examinando dos de sus grandes tableros que se han convertido en hojas colocadas en la puerta del Norte que antes reseñamos. Corresponden al siglo XVII y fue su autor Francisco de Navas; llevan herrajes bien trabajados y de buen gusto. La talla en madera se compone en la cara exterior de numerosos y pequeños recuadros o casetones, unos cuadrados y otros rectangulares, con cierta graciosa incorrección a veces que les da vida y espontaneidad y anima la obra; en el interior lleva dos pequeños escudos entre abundantes molduras culvilíneas o mixtas hermosamente combinadas, que centran entre ellas dos grandes cruces debajo de los escudos; en estos se hallan gravadas las iniciales de Santa María.

CAPILLAS.-Se dice por algunos que antiguamente hubo hasta 6 capillas alojadas entre los contrafuertes, en las que trabajó Antonio Fernández de Ecija, pero lo cierto es que hoy solo existen dos de construcción moderna, a los lados de la nave en su parte más cercana al presbiterio. La una está dedicada al Sagrado Corazón de Jesús (la de la derecha), y la de la izquierda a Santo Tomás de Villanueva. Las portadas de ambas sobre la nave ya quedan analizadas. Nada tendrían de apreciable las capillas sino fuese por el bello retablo de San Miguel, en la del Sagrado Corazón, de que luego hablaremos.

RETABLOS E IMAGENES.-El retablo del altar mayor es de lo más notable de la Catedral. Juan de Villaseca, Secretario del Virrey de Méjico, apoderó a Alonso de Rojas para contratar la construcción según la traza de Andrés de Concha; contratóse con Giraldo de Merlo y Juan Hasten, su yerno, en 10.500 ducados; los pintores Cristóbal y Pedro Ruiz de Elvira ejecutaron el estofado y dorado, recibiendo la cuarta parte del importe de la obra. Fue terminado en 1616 y ocupa todo el testero principal de la Iglesia . Realmente es muy notable. En la parte de escultura sobre todo, son de mérito indiscutible: la composición, llena de gracia y naturalidad en la agrupación de las figuras; el trazado y ejecución de éstas elegantísimo y esmeradamente concluido, su movimiento, vida y expresión delicada y hondamente sentidos, y los paños airosamente plegados con suavidad, verismo y soltura; y no es menos notable la obra del colorido y estofado, que se conserva impecable y perfecta a pesar de los siglos transcurridos. Hállanse las figuras y grupos escultóricos alojados en los intercolumnios de la gran de obra fundamental del retablo, formada por cuatro cuerpos de abajo arriba, siguiendo los cuatro órdenes clásicos: dórico, jónico, corintio y compuesto, representados por cuatro parejas de columnas los tres de abajo y una sola pareja en el último cuerpo o remate. Encuadrada en cada pareja de los cuerpos inferiores se halla la escultura en gran tamaño de uno de los apóstoles. En los huecos de los tres cuerpos inferiores situados entre cada dos parejas de columnas van a manera de grandes cuadros en una galería o exposición, las escenas principales de la vida de la Virgen, en relieve entero, y por bajo del cuerpo dórico, a manera de zócalo una serie de medios relieves de escenas de la pasión y muerte de Cristo, muy bien trazadas. Por último, en el cuarto cuerpo o sea el más elevado, va la escena del Señor Crucificado con la Virgen y San Juan al pie de la cruz; el crucifijo aunque a larga distancia, puede apreciarse que es de verdadero mérito; y lo mismo puede decirse del busto del Padre Eterno que, en lo alto de este cuerpo domina toda la obra, muy bien proporcionado, en el sentido de aparecer superior (siéndolo por su tamaño), a las figuras que le están más inmediatas y aunque materialmente sea casi igual a las más inferiores, esta misma igualdad, dada la distancia a que simboliza hallarse de ellas resulta representación atinada de inmensa superioridad moral. En el centro del retablo, y debajo del pasaje de la Coronación de la Virgen, va el camarín, donde, sobre su altar de plata, se muestra la imagen venerada de Nuestra Señora del Prado, patrona de la Ciudad y cuyo nombre lleva el templo, aún cuando ya hoy la parroquia de esa advocación, al convertirse aquél en Catedral, ha pasado a la Iglesia de la Merced. Considerado ya el mérito artístico de las esculturas, sólo añadiremos que serán en número de unas 50, y que no ha faltado quien sin fundamento, insinúe ser, por lo menos en parte de Montañés. La construcción arquitectónica de la obra, sin negar que corresponde en todo rigor al estilo de su época que era el greco-romano muy sobrio de adornos y que por tanto, llena los requisitos que antes indicamos que debe, en nuestra opinión, satisfacer una obra nueva agregada a un monumento, no es menos cierto que, desde el punto de vista artístico, cabe alguna objeción en el sentido de que resulta un tanto fría ( 1 ) con la inevitable corrección y serenidad del arte pagano helénico, que fundamentalmente ostenta, y que siempre resulta opuesto al misticismo y suntuosidad del arte ojival, sobre todo en su período flamígero. Hubiera, pues, sido más propio un retablo del gótico-florido, que hubiera servido también para contrarrestar la relativa desnudez que hoy tiene la nave de la Iglesia, y la orfandad en que casi la han dejado las obras antes criticadas de todo rastro de ese exhuberante estilo. De todas suertes su monumental tamaño, su perfecta ejecución y la misma multitud de sus figuras compensan bastante ese pequeño reparo.

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